jueves, 10 de septiembre de 2009

Paso 10: “Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos equivocábamos lo admitíamos inmediatamente”.


Muchos de nosotros llegamos a Comunidad Amor, después de muchos años de tratar de encontrar soluciones rápidas a nuestros problemas del ego. Uno de los aspectos de éste programa que nos mantiene aquí, es la promesa de ‑permanente recuperación de ésta desconcertante enfermedad. Pero.. ¿Qué hay en el mundo que dure para siempre? En la página 204 de nuestro libro "Solo por hoy" leemos: "repetición es la única forma de permanencia que la naturaleza puede alcanzar". Si queremos experimentar una recuperación permanente de los aspectos compulsivos del ego, tendremos que repetir día a día, las acciones que nos han producido tanta sanación.

A través de los primeros Nueve Pasos dé nuestro Programa, nos hemos iniciado en una forma enteramente nueva de vivir que nos está llevando del pantano de la compulsión, a la roca sólida de una forma sana de vivir. A pesar de ‑que al principio el principal objetivo de los Nueve Pasos era ayudarnos a limpiar las ruinas del pasado, el trabajarlos nos ha permitido sentar nuevas bases para el futuro. Estos nuevos patrones de conducta nos permitirán progresar, crecer espiritualmente y ser felices sin los excesos del ego. El Décimo Paso nos exhorta a repetir diariamente éstas actitudes, siguiendo los nuevos moldes de manera que podamos experimentar la recuperación cada día.

El Décimo Paso comienza con la palabra "Continuamos" con lo cual comprendemos que la perseverancia es la clave principal de nuestro Programa de Recuperación. En el pasado es probable que nos hubiéramos aferrado obstinadamente a conductas autodestructivas del ego. Ahora, tendremos que ser obstinados para trabajar el Programa aún durante esos períodos en los que sintamos que no funciona, o que no nos estamos recuperando lo suficientemente rápido. La obstinación así empleada, se convierte en perseverancia a medida que día a día continuamos aplicando los principios aprendidos del Paso Uno al Nueve en nuestras vidas.


En el Cuarto Paso, por ejemplo, aprendimos a hacer nuestro inventario moral a mirarnos sin temor y honestamente y a reconocer nuestras virtudes y defectos. El Décimo Paso nos pide continuar diariamente con esta práctica. El objetivo del Décimo paso es ayudarnos a remover cada día de nuestro camino, las piedras, los obstáculos, las manifestaciones del orgullo, la ira, la autocompasión, la avaricia y otras emociones que nos causan dolor y nos impiden crecer el día de hoy.

Hemos descubierto que todos, inevitablemente, tenemos estos sentimientos y que negarlos o ignorarlos solo empeorará las cosas. El Décimo paso nos permite reconocer nuestras emociones y sentirlas a pesar del dolor que nos causan para poder dejarlas ir y entregarlas en manos de Dios, de manera que recuperemos nuestra estabilidad emocional.

En los pasos del Cinco al Nueve, nos aventuramos "hacia afuera" alejando nos de nuestra soledad al compartir nuestras experiencias con Dios y otras personas. La mayoría de nosotros nos habíamos pasado la vida antes de Comunidad Amor tratando de hacer todo solos. En la medida que trabajamos los pasos descubrimos cuánta ayuda y sanación obtenemos al conectarnos con Dios, y con aquellos que comparten nuestras vidas. El Décimo paso nos ayuda a reforzar esta conexión.

Existen muchas maneras de hacer un inventario personal. La más sencilla es la mental, algunos veteranos en los Programas de Doce Pasos se acostumbran tanto a esta práctica que el auto-análisis se convierte para ellos en una segunda naturaleza. Rápidos y ocasionales inventarios hechos cuando enfrentamos dificultades, se aprenden a hacer en unos cuantos minutos de reflexión silenciosa cada vez que la ocasión lo amerite. Con la práctica se vuelve cada vez más fácil reconocer la naturaleza exacta de nuestros problemas. Podemos ver que clase de acciones es preciso tomar para restaurar nuestra serenidad, y deseamos llevarlas a cabo prontamente, tal como aconseja el Décimo Paso.

Es posible que hayamos olvidado la decisión tomada en el Tercer Paso, y estemos tratando de controlar algún aspecto de nuestras vidas con nuestra sola voluntad. Tal vez necesítenos discutir el problema, quizá sea necesario pedirle a Dios que nos remueva algún defecto de carácter o es posible que hayamos dañado a alguien y le debamos enmienda. Una vez que comenzamos a practicar esta saludable con­ducta de analizar y actuar en el momento que estamos perturbados se nos convierte en un hábito. Descubrimos que hemos aprendido un extraordinario conjunto de habili­dades para llevar una vida exitosa.

Cuando sea necesario algo más que un simple chequeo de inventario, algunos de nosotros hemos descubierto que es muy beneficioso escribir un inventario de Décimo Paso. Asentar en un papel sentimientos y pensamientos conflictivos, o describir situaciones o incidentes que nos causan problemas, nos ayuda a entender mejor nuestras acciones y reacciones, en una forma especial que no conseguiríamos con el simple hecho de pensar o hablar de ellos. Cuando escribimos nuestras dificultades se vuelve más fácil apreciar las situaciones con claridad. Es probable que tengamos un mejor discernimiento acerca de las acciones que sea preciso tomar.

Algunos de nosotros convertimos en un hábito cotidiano el revisar nuestras emociones y conducta de las últimas veinticuatro horas. Podemos hacer un inventario diario, escrito o mental, que es más cómodo y cuidadoso que el de simple chequeo del momento y la ocasión. El propósito de esto es que nos sean reveladas las áreas en las que estamos teniendo dificultades en la vida diaria, y así ayudarnos a decidir qué es lo que podemos hacer al respecto. También nos sirve para percibirnos de aquello en lo que no nos va bien, y por lo que debiéramos sentirnos agradecidos.

Hay muchas maneras en las que el inventario diario puede ser hecho. Algunos revisamos simplemente los hechos más importantes del día en orden cronológico, haciendo hincapié en nuestros sentimientos y cómo los manejamos. Otros deciden hacer una hoja de balance anotando las situaciones y sentimientos positivos en un lado y las situaciones y sentimientos negativos en el otro. Podemos sacar también una lista común de defectos de carácter y sus virtudes opuestas, tales como: miedo/fé, resentimiento/aceptación, avaricia/generosidad, etc.

Concerniente a esta lista, nos hacemos preguntas tales como: "¿Qué miedos experimenté el día de hoy y cómo reaccioné contra ellos? Entonces listamos o recordamos esos momentos en los que nos dimos cuenta que nuestros antiguos defectos habían sido removidos; de cuándo actuamos movidos por la fe; de cuándo aceptamos y perdonamos abandonando nuestros resentimientos; cuándo actuamos con generosidad, o cuándo demostramos otros rasgos positivos de carácter.

Al hacer nuestro inventario diario deseamos estar cada vez más conscientes de nuestras verdaderas motivaciones y emociones. Queremos examinar nuestras acciones, para que podamos aprender de nuestros errores, y construir a partir de nuestros triunfos. Nuestro propósito no consiste en remover la culpa y los sentimientos negativos, sino continuar avanzando por el camino del progreso y reconocer las áreas de nuestra vida en las que hemos conseguido recuperarnos.

Después de haber hecho nuestro inventario diario, podemos avanzar hacia la segunda parte del Décimo Paso que dice: " Y cuando nos equivocamos lo admitíamos inmediatamente". Esta pequeña y simple cláusula implica que, tendremos la oportunidad de hacer algo más que simplemente mirar nuestras virtudes y defectos.

Podemos efectuar la misma operación que llevamos al cabo con nuestros defectos de carácter descubiertos en nuestro inventario moral del Cuarto Paso: Lo conversamos con Dios y tal vez con alguna persona; le entregamos los defectos a Dios, pidiéndole que nos los quite, y hacemos enmiendas donde son necesarias. Algunos miembros de Comunidad Amor llaman diariamente a su padrino y discuten con él su inventario del Décimo Paso. Hablan de sus éxitos y fracasos con Dios a través de la oración, pidiéndole diariamente la ayuda necesaria para abandonar sus defectos y expresando gratitud al descubrir los que ya les han sido removidos o por los problemas resueltos.

Es inevitable que en algunas ocasiones cometamos errores y dañemos a alguien más. El Décimo Paso sugiere que nos enmendemos prontamente, tan rápido como nos demos cuenta de haber lastimado a alguien. Al hacer esto, una nueva forma de honestidad se impregna en nuestras relaciones. Descubrimos que podemos ahorrarnos muchos días de temores y de resentimientos, al resolver las disputas como van surgiendo, en lugar de permitir que las heridas se vayan haciendo más hondas.

El inventario del Décimo Paso puede ser más extenso aún, similar al que hicimos en el Cuarto Paso, pero, tratando con problemas de los que no estábamos conscientes cuando tomamos ese Paso. El que sea necesario reinventaría algunos aspectos de nuestro pasado no significa que fallamos en hacer adecuadamente el Cuarto Paso. Simplemente demuestra que la conciencia de nosotros mismos ha aumentado y ahora, estamos listos para enfrentar y resolver aspectos de nuestras vidas con los que no podíamos lidiar en este primer inventario. Cada uno de nosotros es un individuo con necesidades particulares, y no existen dos personas que procedan y trabajen en la misma forma éste programa.

Un inventario extenso de Décimo Paso pudiera ser enfocado hacia un defecto de carácter particular, algún patrón de conducta, o un área especial de la vida. Probablemente deseemos escribir este inventario tal como hicimos en el Cuarto Paso, ciertamente que desearemos terminarlo tomando acción inmediata. Lo más pronto posible se lo entregaremos a otra persona para enseguida, repetir las acciones llevadas al cabo en los Pasos Seis y Siete, pidiéndole a Dios que sane nuestras heridas, remueva los defectos que hemos descubierto en nuestra nueva investigación, y nos ayude a cambiar nuestro comportamiento. Terminamos este conjunto de acciones haciendo una lista de enmiendas relacionadas con los sucesos anotados en nuestro inventario.

Será necesario un esfuerzo persistente para poder abandonar nuestros defectos y cambiar nuestras actitudes, pero a partir de ahora es crucial hacerlo para nuestra recuperación. En la medida en que nos damos cuenta de nuestros defectos a través del inventario, podemos hacer varias cosas para liberarnos de ellos. Una de ellas consiste, en imaginarnos como nos comportaríamos si no tuviéramos cierto defecto en particular. Podemos representarnos situaciones en las que hemos reaccionado a partir de ese defecto, solo que imaginando que ahora actuamos como si no lo tuviéramos.

Cualquier cosa que pensemos la podemos hacer con la ayuda de Dios. Podemos hablar usando nuevos vocablos, o utilizar una serie diferente de comportamiento como práctica. A través de este tipo de acciones, nos convencemos diariamente de que, con la ayuda de Dios, somos capaces de cambiar y de hecho, estamos cambiando. Al principio, es probable que tengamos recaídas en los viejos moldes del pasado al estar sometidos a presión, pero no permitamos que esto nos descorazone.

Hemos pasado toda una vida comportándonos de éstas maneras, por lo tanto, nos hemos sentido cómodos así, naturales. Pero a medida que el tiempo transcurre, Dios nos ayudará a liberarnos de nuestros defectos, sustituyéndolos por hábitos positivos de pensamiento y acción. Dios lo hará si nosotros, desde luego, persistimos en hacer todo lo que sea posible para cambiar.

Al igual con el Cuarto Paso, el inventario del Décimo Paso puede revelarnos aspectos de nuestro pasado en los que sea necesaria ayuda profesional. Nuestros amigos de Comunidad Amor son amorosos y compasivos, pero pocos de ellos están entrenados para reco­nocer y tratar problemas psicológicos pro­fundamente arraigados, por lo tanto, la Comunidad Amor no es el lugar adecuado para encontrar tal ayuda.

En la medida en la que trabajemos el Décimo Paso, comenzaremos a descubrir las formas extraordinarias en las que los Pasos a partir de ahora, continuarán removiendo el dolor y el torbellino innecesarios de nuestras vidas. Las nuevas actitudes de honestidad acerca de nuestros problemas y nuestra actitud de rendición y entrega a Dios, se han convertido ya en parte nuestra. Son el cimiento sobre el cual tomamos cualquier decisión de cada día de nuestras vidas.

Analizar nuestro comportamiento reciente, manteniendo a Dios al mando de nuestras vidas, pedir ayuda y orientación, y admitir nuestros errores de inmediato, se va convirtiendo en una sana y satisfactoria forma de vida, mucho mejor que aquella en la que alimentábamos nuestros temores o abanderábamos un conjunto de frescos resentimientos. Obligados a adoptar esta nueva manera de enfrentar la vida, a fin de recuperarnos de la comida compulsiva, nos sentimos agradecidos por haber encontrado el Programa.

Practicar el Programa no ha concedido muchas bendiciones, mismas que no nos es posible cambiar otra vez por las soluciones fáciles y rápidas que cada nueva formula le proporcionaba a nuestra manera compulsiva de actuar. Faltan aún más bendiciones por llegar, en la medida en que continuamos trabajando el Programa, y experimentando el milagro de la recuperación permanente un día a la vez.

sábado, 25 de julio de 2009

Paso 9.

“Reparamos directamente a cuantos nos fue posible, el daño que les habíamos causado, salvo en aquellos casos en que el hacerlo perjudicaría a ellos mismos o a otros.”

Para muchos miembros de C.A., el Noveno Paso resulta ser el más sorprendente de los doce. Antes de practicar este paso, a la mayoría nos asusta el pensamiento de acercarnos a cada una de las personas que hemos dañado, reconociendo abiertamente nuestras faltas, y poniendo manos a la obra en reparar el daño causado, o pagar las pérdidas provocadas. Después de reparar el daño, sin embargo, aquellos de nosotros que nos atrevimos a hacerlo, tuvimos que cantarle loas. Este paso nos ha liberado de las cargas y errores del pasado en forma milagrosa. Nuestras vidas han cambiado, nuestras relaciones rotas se han arreglado y la mala voluntad que envenenó nuestros corazones durante años ha sido lavada.

Aquellos de nosotros que aún no practican el Noveno Paso, ya deben de haber oído de los beneficios que proporciona a quienes lo han completado. Aún así, nuestros temores nos pueden obligar a posponerlo. Se nos advierte que retrasar la reparación del daño pude paralizarnos y amenazar nuestra recuperación de las actividades compulsivas del ego. En el momento de sentirnos “dispuestos” al practicar el Octavo Paso debemos movernos rápidamente para aprovechar esa “disposición”.

Por el otro lado, es necesario utilizar el sentido común a la hora de practicar este paso. El Noveno Paso nos alerta específicamente sobre el peligro de hacer más mal que bien al enfrentarnos y hablar con las personas sobre situaciones dolorosas del pasado. Esa es la razón por la que se aconseja discutir antes los pasos que estamos dispuestos a dar, con una persona que esté familiarizada con el modo de vida de los Doce Pasos. Es necesario discutir cualquier duda o pregunta sobre como proceder revisando nuestras palabras y actitudes con tiempo y con alguien más experimentado que nosotros, alguien que no esté involucrado en el problema, que esté desapegado.

Nuestros padrinos probablemente nos recuerden que el propósito del Noveno Paso es liberarnos de la culpa y mala voluntad de manera que podamos establecer mejores relaciones con las personas con las que estamos en contacto. En la mayoría de los casos lo único que tendremos que hacer será decir “lo siento”. Al reparar nuestros errores será necesario reconocer el daño especifico cometido, disculparse por el, hacer adecuada restitución y cambiar nuestro comportamiento hacia ellos en el futuro.

Antes de comenzar a enmendar nuestros errores, tenemos que abandonar cualquier expectativa que tengamos en cuanto a como la otra persona nos recibirá. En la mayoría de los casos seremos tratados en mejor forma de la que esperábamos. Algunas veces las personas ni siquiera recordarán que las dañamos. Otras se negarán a aceptar nuestras disculpas, aunque esto más bien será raro, y algunos más no querrán aceptar nuestra restitución. Si esto sucede, nos alejamos de las persona sin sentir rencor. No podemos controlar la forma en la que se reciben nuestras enmiendas.

Ellos tienen derecho a seguir molestos con nosotros por el resto de la vida si así lo desean. No están obligados a perdonarnos y nosotros no necesitamos que lo hagan para poder completar el Noveno Paso y recuperarnos. Nuestro único trabajo consiste en limpiar el lado de la calle que nos corresponde a la hora de enderezar nuestras acciones erradas. Una vez que hayamos hecho esto ya no tenemos porqué sentir culpa o rabia alguna a causa de estas situaciones.

Limpiar nuestro lado de la calle requiere de nosotros que seamos directos y sinceros en nuestro acercamiento a las personas que hemos lastimado. Nos podemos sentir tentados a actuar con vaguedad mencionando solo de pasada nuestro arrepentimiento por lo ocurrido. Algunas veces y en casos especiales es posible que esta forma funcione, pero en la mayoría de las circunstancias una leve disculpa verbal de nuestra parte no demostrará verdadera sinceridad. Es preciso recordar que las personas que sufrieron nuestras ofensas merecen una completa y total satisfacción de nuestros actos equivocados.

Al mismo tiempo, es preciso que tratemos de presentar nuestras disculpas de la manera más sencilla posible, para evitar insistir demasiado en hechos y detalles que pudieran reabrir viejas heridas. Desde luego que evitaremos mencionar cualquier cosa que ellos hayan hecho para provocarnos aún cuando sintiéramos que lo que ellos hicieron fue mucho peor que nuestros propios errores. Habiendo perdonado a estas personas en el Octavo Paso, ahora nos limitaremos a expresar nuestro arrepentimiento en forma sencilla por las cosas que hicimos para lastimarlas. Evitando dar grandes excusas, dramatizar, o incurrir en detalles minuciosos de los hechos que rodearon nuestras acciones.

Podríamos decir algo parecido a esto: “Sra. Jones, le robé dinero de su cajón varias veces mientras trabajé con usted el verano pasado. Me siento muy apenada de mi deshonestidad”. O “Juan, me doy cuenta que he adquirido el hábito de rebajarte y quiero disculparme por ello. No ha sido correcto que yo te trate de esta manera.”

La mayoría de las veces haremos bien en advertirles a las personas con quienes hacemos enmiendas, el tipo de cambios y restituciones que intentamos hacer con los demás para que nos brinden la oportunidad de corregir nuestros errores. Si hemos dañado física o materialmente a alguien, si hemos robado o dañado una propiedad, si hemos causado perjuicio económico, deberíamos pagar o hacer arreglos para pagar el dinero que debemos. Si hemos dicho una mentira de alguien, deberíamos corregir lo dicho a menos que fuéramos a causar un daño mayor al hacerlo.

Enmendar algo significa cambiarlo. Completamos nuestra reparación del daño en nuestros actos errados del pasado al cambiar nuestras acciones del futuro. Esto es especialmente importante al corregir nuestros errores, para nosotros y para aquellos a quienes frecuentemente dañamos con nuestros patrones equivocados de conducta. Les debemos a estas personas “vivas satisfacciones”. Las palabras que les digamos no serán ni remotamente la mitad de importantes como las actitudes que de ahora en adelante empleemos con ellas. De nada servirían nuestras disculpas si de nuevo las hiriéramos con nuestras acciones. Nuestras palabras serían huecas y aumentarían aún más el daño ya grande en nuestras relaciones. Solo con un cambio permanente en nuestras actitudes dañinas podremos sanarnos y sanar a los que amamos de las heridas del pasado.

Estas son las acciones directas que tendremos que tomar en los casos en que no sea posible reparar el daño: Algunas personas de nuestra lista no podemos encontrarlas. Presentar nuestras disculpas directamente no es posible, pero podemos comenzar a hacerlo en forma indirecta. Por ejemplo, podemos escribir las palabras que les diríamos si los encontráramos cara a cara. Reconocemos por escrito nuestro error y delineamos la estrategia para arreglar la situación. A medida que avanzamos en el Programa continuamos localizándolos, decididos a presentar nuestras disculpas personalmente una vez que los encontramos. Nos sorprenderemos por la súbita aparición ante nosotros de personas a las que habíamos dejado de ver por años.

Algunas de las personas en nuestra lista del Octavo Paso tal vez ya hayan muerto así es que no podemos presentar nuestras disculpas personalmente. Hemos descubierto que aún así nos ayuda mucho a sanar el hacerlo de forma indirecta. De nuevo podemos escribir lo que les diríamos si los tuviéramos enfrente y estuvieran vivos. Podemos leer la carta en voz alta en algún lugar que nos recuerde su presencia. Podemos restituir parte de nuestra enmienda haciendo un donativo a su lugar favorito de caridad, ayudando a algún miembro de su familia, o de alguna otra manera apropiada.

Mesura debiera ser la regla que nos rija cada vez que debamos de enmendar nuestros errores, ya sea de forma directa o indirecta. Algunas enmiendas caerán en la categoría de las que es mejor no hacerlas ya que el daño sería mayor. Por ejemplo: ir a contarle a la esposa (o) de alguien que se ha tenido una aventura con su consorte, a menos que la persona ya estuviera enterada. Es bueno recordar que reparamos el daño por nuestras “acciones” (o por nuestra pasividad cuando era necesaria la acción) más que por nuestros “sentimientos”. Acercarnos a alguien y decirle “te pido una disculpa por lo mal que me has caído todos estos años” no solo no es apropiado, sino que lastimaré al interesado. La forma adecuada de reparar cinco años de celos y odios secretos es restituirlos con cinco años de abierta aceptación, respeto y amor.

Algunas enmiendas deberán ser hechas en forma anónima para evitar que personas inocentes sean dañadas. Sin embargo no repararemos el daño anónimamente para evitar la vergüenza de hacerlo personalmente, ni racionalizaremos que al reparar el daño podríamos perjudicarnos financieramente o dañar nuestra autoestima. Al evitar la reparación de algún daño, nos privaríamos de la total sanación que sobreviene al practicar el Noveno Paso en forma completa, de manera que estaríamos haciéndonos un daño en vez de un favor.

Si realmente queremos reestructurar nuestras relaciones con los demás, debemos de hacer todo lo posible por arreglar las cosas con aquellos a quienes hemos lastimado. Tendremos que hacer muchas cosas que no nos gustan a fin de poder corregir nuestros errores, pero aquellos que ya han pasado por la experiencia de este Paso han descubierto que bien vale la pena el esfuerzo. Al terminar de reparar los daños descubrimos que nos sentimos más cercanos a Dios que nunca antes en el pasado. Al tener que actuar en forma amorosa con cada una de las personas de nuestra vida, el despertar espiritual se ha convertido en una realidad. En la medida de nuestras fuerzas hemos limpiado las ruinas del pasado y ahora estamos en paz con el mundo.

Ahora que hemos completado los primeros nueve pasos, podemos enfrentar el futuro con nueva confianza. Ya no necesitamos la muleta del ego porque hemos descubierto una forma de vida que nos alimenta física, emocional y espiritualmente. Nuestro reto de ahora en adelante será continuar por este camino bajo la guía de los últimos tres pasos de nuestro Programa de Doce.

Noveno Paso.

“Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño que les habíamos causado, salvo en aquellos casos en que el hacerlo perjudicaría a ellos mismos o a otros.”

Preguntas para reflexionar sobre el Noveno Paso.

1.- ¿Que significa para ti “reparamos directamente”? ¿Cómo lo aplicas para mantener tu lado de la calle limpio?

2.- ¿Que temor tienes al hacer alguna de tus reparaciones?

3.- ¿Que temor tienes que hace que retardes la reparación?

4.- Revisando tus reparaciones con tu padrino ¿encontraste alguna reparación inapropiada?

5.- ¿Cuales son algunos de los cambios que tú harás en tu actitud al hacer tus reparaciones?

6.- Tienes algún ejemplo, de la manera en que tu harás tus reparaciones?

7.- Hay en tu lista de reparaciones gente que ha muerto? De que forma harás tu reparación con ellos?

8.- Puedes compartir lo que significo tu experiencia de reparar con tu grupo?

martes, 23 de junio de 2009

Paso 8. "Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos dispuestos a reparar el daño que les causamos"


El Octavo y el Noveno Paso tienen que ver con las relaciones personales. Primero, le echábamos una mirada a nuestro pasado e intentamos descubrir en donde hicimos algún mal; segundo, hacemos un enérgico esfuerzo para reparar el daño que hemos causado; y tercero, habiendo limpiado así los escombros del pasado, nos ponemos a considerar cómo trabar, con nuestro recién adquirido conocimiento de nosotros mismos, las mejores relaciones posibles con todos los seres humanos que conozcamos.


¡Menuda tarea! Tal vez la podemos hacer con creciente destreza, sin jamás acabarla. Aprender a vivir con un máximo de paz, cooperación y compañerismo con todo hombre y mujer, sean quienes sean, es una aventura conmovedora y fascinante. Cada miembro de C.A. se ha dado cuenta de que no puede hacer casi ningún progreso en esta aventura hasta que no se vuelva atrás para repasar, minuciosa y despiadadamente, los desechos humanos que ha dejado en su trayectoria. Hasta cierto grado, ya lo ha hecho al hacer su inventario moral, pero ahora ha llegado el momento de redoblar sus esfuerzos para ver a cuántas personas ha lastimado y de qué manera. El volver a abrir estas heridas emocionales, algunas viejas, otras tal vez olvidadas, y otras más todavía supurando dolorosamente, podrá parecernos al principio una intervención quirúrgica innecesaria e inútil. Pero si se comienza con buena voluntad, las grandes ventajas de hacerlo se manifestarán con tal rapidez que el dolor se irá atenuando conforme se vaya desvaneciendo un obstáculo tras otro.


No obstante, estos obstáculos son sin duda realidades. El primero, y uno de los más difíciles de superar, tiene que ver con el perdón. En cuanto empezamos a pensar en una relación corta o retorcida con otra personas, nos ponemos emocionalmente a al defensiva. Para evitar mirar los daños que hemos causado a otra persona, nos enfocamos con resentimiento en el mal que nos ha hecho. Nos resulta aun más fácil hacerlo si, en realidad, esta persona no siempre se ha comportado bien. Triunfantes, nos aferramos a su mala conducta, convirtiéndola en el pretexto ideal para minimizar o ignorar nuestra propia mala conducta.


En este preciso instante tenemos que echar el freno. No tiene mucho sentido que seamos nosotros quienes tiremos la primera piedra. Recordemos que los egoicos no son los únicos aquejados de emociones enfermas. Además, por lo general, es un hecho innegable que nuestro comportamiento cuando nos dejamos llevar por el ego ha agravado los defectos de otras personas. Repetidamente hemos agotado la paciencia de nuestros más íntimos amigos, y hemos despertado lo peor en aquellos que nunca nos tenían en muy alta estima. En muchos casos, estamos en realidad tratando con compañeros de sufrimiento, gente cuyos dolores hemos aumentado. Si ahora nos encontramos a punto de pedir el perdón para nosotros mismos, ¿por qué no empezar perdonándolos a todos ellos?


Al hacer la lista de las personas a quienes hemos ofendido, la mayoría de nosotros nos tropezamos con otro obstáculo sólido. Sufrimos un tremendo impacto cuando nos dimos cuenta de que nos estábamos preparando para admitir nuestra mala conducta cara a cara ante aquellos a quienes habíamos perjudicado. Ya nos habíamos sentido suficientemente avergonzados cuando en confianza habíamos admitido estas cosas ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser humano. Pero la idea de ir a visitar o incluso escribir a la gente afecta nos abrumaba, sobre todo al recordar el mal concepto que tenían de nosotros la mayoría de estas personas. También había casos en los que habíamos perjudicado a otras personas que seguían viviendo tan felices sin tener la menor idea del daño que les habíamos causado. ¿Por qué, protestamos, no decir "lo pasado, pasado"? ¿Por qué tenemos que ponernos a pensar en esa gente? Estas eran algunas de las formas en las que el temor conspiraba con el orgullo para impedir que hiciéramos una lista de todas las personas que habíamos perjudicado.


Algunos de nosotros nos encontramos con otro obstáculo muy distinto. Nos aferrábamos a la idea de que los únicos perjudicados por nuestro ego éramos nosotros. Nuestras familias no se vieron perjudicadas porque siempre nunca les hicimos un daño serio. Nuestros compañeros de trabajo no se vieron perjudicados porque no causamos mayores problemas. Nuestras reputaciones no se vieron perjudicadas, porque estábamos seguros de que muy poca gente se había fijado en nuestros defectos de carácter. Y los que sí se habían fijado, nos tranquilizaban diciendo que una alegre juerga del ego no era sino el pecadillo de un hombre recto. Por lo tanto, ¿qué daño real habíamos causado? Sin duda, pocos más de lo que podríamos remediar fácilmente algunas disculpas hechas de paso.


Esta actitud, por supuesto, es el producto final de un esfuerzo deliberado para olvidar. Es una actitud que solo se puede cambiar por medio de un análisis profundo y sincero de nuestros motivos y nuestras acciones.


Aunque en algunos casos no nos es posible hacer ninguna enmienda, y en otros casos es aconsejable aplazarlas, debemos, no obstante, hacer un repaso minucioso y realmente exhaustivo de nuestra vida pasada para ver cómo ha afectado a otras personas. En muchos casos veremos que, aunque el daño causado a otros no ha sido muy serio, el daño emocional que nos hemos hecho a nosotros mismos ha sido enorme. Los conflictos emocionales, muy profundos, y a veces totalmente olvidados, persisten de forma desapercibida en el subconsciente. Estos conflictos, al originarse, puede que hayan retorcido nuestras emociones tan violentamente que, desde entonces, han dejado manchadas nuestras personalidades y han trastornado nuestras vidas.


Aunque el propósito de hacer enmiendas a otros es de suma importancia, es igualmente necesario que saquemos del repaso de nuestras relaciones personales la más detallada información posible acerca de nosotros mismos y de nuestras dificultades fundamentales. Ya que las relaciones defectuosas con otros seres humanos casi siempre han sido la causa inmediata de nuestros sufrimientos, incluyendo nuestro egotismo, no hay otro campo de investigación que pueda ofrecernos recompensas más gratificadoras y valiosas que éste. Una reflexión seria y serena sobre nuestras relaciones personales puede ampliar nuestra capacidad de comprendernos. Podemos ver mucho más allá de nuestros fallos superficiales para descubrir aquellos defectos que eran fundamentales, defectos que, a veces, han sentado la pauta de nuestras vidas. Hemos visto que la minuciosidad tiene sus recompensas - grandes recompensas.


La siguiente pregunta que nos podemos hacer es qué queremos decir cuando hablamos de haber causado "daño" a otras personas. ¿Qué tipos de "daños" puede causar una persona a otra? Para definir la palabra "daño" de una manera práctica, podemos decir que es el resultado de un choque de los instintos que le causa a alguien un perjuicio físico, mental, emocional o espiritual. Si asiduamente tenemos mal genio, despertamos la ira en otros. Si mentimos o engañamos, no solo privamos a otros de sus bienes materiales, sino también de su seguridad emocional y de su tranquilidad de espíritu. En realidad, les estamos invitando a que se conviertan en seres desdeñosos y vengativos. Si nos comportamos de forma egoísta en nuestra conducta sexual, es posible que provoquemos los celos, la angustia y un fuerte deseo de devolver con la misma moneda.


Estas afrentas tan descartadas no constituyen ni mucho menos una lista completa de los daños que podemos causar. Consideremos algunas de las más sutiles que a veces pueden ser tan dañinas. Supongamos que somos tacaños, irresponsables, insensibles o fríos con nuestras familias. Supongamos que somos irritables, criticones, impacientes y sin ningún sentido de humor. Supongamos que colmamos de atenciones a un miembro de la familia y descuidamos a los demás. ¿Qué sucede cuando intentamos dominar a toda la familia, ya sea con mano de hierro o inundándoles con un sinfín de indicaciones minuciosas acerca de cómo deben vivir sus vidas de hora en hora? ¿Qué sucede cuando nos sumimos en la depresión, rezumando autocompasión por cada poro, e imponemos nuestras aflicciones en todos los que nos rodean? Tal lista de daños causados a otra gente - daños que hacen que la convivencia con nosotros como egoicos activos sea difícil y a menudo inaguantable - puede alargarse casi indefinidamente. Cuando llevamos estos rasgos de personalidad al taller, a la oficina o a cualquier otra actividad social, pueden causar daños casi tan grandes como los que hemos causado en casa.


Una vez que hemos examinado cuidadosamente toda esta esfera de las relaciones humanas y hemos determinado exactamente cuáles eran los rasgos de nuestra personalidad que perjudicaban o molestaban a otra gente, podemos empezar a registrar nuestra memoria en busca de las personas a quienes hemos ofendido. No nos debe resultar muy difícil identificar a los más allegados y más profundamente perjudicados. Entonces, a medida que repasamos nuestras vidas año tras año hasta donde nuestra memoria nos permita llegar, inevitablemente saldrá una lista larga de personas que, de alguna u otra manera, hayan sido afectadas. Debemos, por supuesto, considerar y sopesar cada caso cuidadosamente. Nuestro objetivo debe limitarse a admitir las cosas que nosotros hemos hecho y, al mismo tiempo, perdonar los agravios, reales o imaginarios, que se nos han hecho. Debemos evitar las críticas extremadas, tanto de nosotros como de los demás. No debemos exagerar nuestros defectos ni los suyos. Un enfoque sereno e imparcial será nuestra meta constante.


Si al ir a apuntar un nombre en la lista nuestro lápiz empieza a titubear, podemos cobrar fuerzas y ánimo recordando lo que ha significado para otros la experiencia de C.A. en este Paso. Es el principio del fin de nuestro aislamiento de Dios y de nuestros semejantes.

viernes, 22 de mayo de 2009

Paso 7. Humildemente le pedimos a Dios que nos librase de nuestros defectos



Adaptado del texto original de Alcohólicos Anónimos


Como este paso se ocupa de la humildad específicamente, debemos detenernos aquí para considerar lo que es la humildad y lo que practicarla puede significar para nosotros.
El logro de un mayor grado de humildad es ciertamente la base fundamental de cada uno de los Doce Pasos de la Comunidad Amor (en adelante C.A.), porque sin cierto grado de humildad ningún miembro de C.A. podrá conservarse equilibrado. Casi todos los miembro de C.A. se han dado cuenta también de que a menos que desarrollen esta preciada cualidad más allá de lo que es indispensable para estar serenos, todavía no tendrán la oportunidad de llegar a ser verdaderamente felices. Sin ella su vida no tiene un fin útil o en la adversidad no podrán invocar la fe que es necesaria para afrontar ciertas emergencias.


La humildad como palabra y como ideal sufre muchos contratiempos en nuestro mundo. No solamente no se comprende la idea; la palabra misma no es del agrado de muchos. La mayoría de las gentes no tienen ni siquiera un conocimiento superficial de lo que la humildad significa en la manera de vivir. En muchas de las conversaciones que escuchamos a diario y en mucho de lo que leemos resalta el orgullo que siente el hombre por sus hazañas.


Con su gran inteligencia, los científicos le han estado arrancando sus secretos a la naturaleza. Los inmensos recursos que en la actualidad están siendo domados prometen tal cantidad de beneficios materiales, que muchos han llegado a creer que tenemos por delante un milenio forjado por el hombre. Desaparecerá la miseria y habrá tal abundancia que todos tendrán seguridad y todas las satisfacciones que ambicionen. La teoría parece basarse en que una vez satisfecho los instintos primitivos de todos los seres humanos, no habrá motivo para pelearse. El mundo será feliz entonces y libre para concentrarse en el engrandecimiento de la cultura y el cultivo de la personalidad. Los hombres habrán labrado su destino bastándose con su inteligencia y sus fuerzas.


Seguramente que ninguna persona, y menos aún uno que sea miembro de C.A., menosprecia los logros de orden material. No discutimos con muchos que todavía se aferran a la creencia de que la satisfacción de nuestros deseos naturales es el objetivo principal de la vida. Pero estamos seguros de que no hay en el mundo ninguna persona que haya tenido resultados tan desastrosos en la aplicación de esa fórmula como nosotros los egoicos. Durante muchos años hemos estado exigiendo más de lo que nos corresponde de seguridad, prestigio, y aventura. Cuando parecía que estábamos teniendo éxito soñábamos con grandezas. Cuando nos desengañábamos, aunque fuera parcialmente, buscábamos un escape para olvidar. ¡Nunca nos saciábamos!. Lo que malograba todos nuestros esfuerzos, aún los bien intencionados, era la falta de humildad. Nos había hecho falta la perspectiva necesaria para ver que la formación de la personalidad y los valores espirituales están en primer término y que las satisfacciones de orden material no son un objetivo primordial de la vida. Muy característicamente, nos habíamos desviado completamente al confundir los medios con los fines. En vez de considerar la satisfacción de nuestros deseos materiales como medios para existir y funcionar como seres humanos, habíamos considerado estas satisfacciones como un objetivo final en la vida.


Ciertamente, muchos pensábamos que cierta forma de conducta era obviamente necesaria para conseguir la satisfacción de nuestros deseos. Con un despliegue adecuado de honradez y moralidad, nos sería fácil conseguir lo que deseábamos en realidad. Pero cuando teníamos que escoger entre nuestro carácter y nuestra comodidad, hacíamos a un lado lo concerniente al desarrollo de nuestro carácter y nos embarcábamos en la búsqueda de lo que creímos era la felicidad. Pocas veces le dimos importancia al hecho en sí, de mejorar nuestro carácter sin importarnos que nuestras necesidades instintivas fueran satisfechas o no. Nunca procuramos que la base de nuestras vidas cotidianas fueran la honradez, la tolerancia, y el amor genuino a nuestros semejantes y a Dios.


Esta falta de arraigo a cualquiera de los valores permanentes, esta ceguera que nos impedía ver la verdadera finalidad de nuestras vidas, producían otro mal resultado. Porque mientras estuviéramos convencidos de que podíamos vivir exclusivamente a base de nuestra inteligencia y de nuestras fuerzas individuales, sería imposible tener una fe operante en un Poder Superior. Esto era cierto hasta cuando creímos en la existencia de Dios. En realidad podíamos tener creencias religiosas fervorosas, pero resultaban estériles porque todavía la estábamos haciendo de Dios. Mientras poníamos en primer lugar la confianza en nosotros mismos como seres separados, no era posible tener confianza genuina en un Poder Superior. Faltaba uno de los ingredientes básicos de la humildad: el deseo de hacer la Voluntad de Dios dentro de nosotros.


Para nosotros fue increíblemente doloroso el proceso de ganar una perspectiva nueva. Solamente a costa de repetidas humillaciones, nos vimos forzados a aprender algo acerca de la humildad. No fue sino hasta el final de un sendero largo, lleno de derrotas y humillaciones, y después del aniquilamiento de nuestra autosuficiencia cuando empezamos a sentir la humildad como realmente es y no como un estado de humillación servil. A cada miembro de C.A., se le dice, y pronto se da cuenta por sí mismo, que ésta admisión humilde de impotencia ante nuestras emociones es el primer paso hacia la liberación de ese yugo paralizador.


Así por necesidad es como nos enfrentamos a la humildad por primera vez. Pero esto es apenas el principio. Para alejarnos por completo de nuestra aversión a la idea de ser humildes, para poder considerar a la humildad como algo deseable en sí, la mayoría de nosotros necesitará mucho tiempo. No puede cambiarse de repente el rumbo de toda una vida que ha girado siempre alrededor de uno mismo. Al principio la rebeldía obstaculiza todos nuestros pasos. Cuando al fin hemos admitido sin reservas nuestra impotencia frente a nuestras emociones, tal vez suspiremos con alivio y exclamemos “Gracias a Dios que ya pasó todo, ya no tendré que volver a pasar por lo mismo”. Entonces nos enteramos, a veces con cierta alarma, de que esto es solamente el principio del camino que estamos corriendo.


Todavía espoleados por la necesidad abordamos renuentemente aquellos defectos graves de carácter que nos convirtieron en “personas problema”, los que habrá que atacar para evitar regresar a la situación anterior. Queremos librarnos de algunos de estos defectos, pero en algunos casos parecerá una tarea insuperable ante la que retrocedemos. Nos aferramos con una insistencia apasionada a otros defectos que perturban nuestro equilibrio porque todavía gozamos con ellos. ¿Cómo podremos hacer acopio de la resolución necesaria para librarnos de esos deseos y compulsiones tan abrumadoras?


Otra vez somos impulsados por la conclusión ineludible, a la que hemos llegado por la experiencia de C.A.., de que tenemos que esforzarnos con buena voluntad o caeremos en el camino por donde vamos. En esta etapa de nuestro progreso estamos fuertemente presionados y restringidos en nuestros esfuerzos para obrar como es debido. Estamos obligados a escoger entre el dolor que produce tratar de hacerlo y el castigo que resulta si no lo hacemos. Estos pasos iniciales los damos a regañadientes, pero los damos. Tal vez todavía no tengamos una opinión halagadora de lo que la humildad significa como una virtud personal deseable, pero reconocemos que es una ayuda necesaria para nuestra supervivencia.


Cuando hemos mirado de frente algunos de nuestros defectos y los hemos discutido con otra persona y cuando hemos estado dispuestos a que nos librasen de ellos, nuestra manera de pensar sobre la humildad empieza a tener un significado más amplio. Lo más probable es que para entonces ya hayamos logrado librarnos en cierto grado de los más devastadores de nuestros obstáculos. Ya gozamos de momentos en los que hay algo que se parece a la tranquilidad del espíritu. Esta recién descubierta tranquilidad es un regalo inapreciable para nosotros que hasta entonces solamente habíamos sabido de agitación, depresión y ansiedad. Se ha ganado algo más. En tanto que antes se había menospreciado la humildad, ahora se le empieza a considerar como un ingrediente muy importante para poder disfrutar de la serenidad.


Esta percepción más desarrollada de la humildad pone en marcha otro cambio revolucionario de nuestro punto de vista. Empezamos a abrir los ojos a los valores inmensos que ahora podemos percibir porque el ego se ha desinflado. Hasta ahora, nuestras vidas estaban dedicadas en gran parte a huir del dolor y de los problemas. Huimos de ellos como de la peste. Nunca quisimos tener nada que ver con el sufrimiento. La fuga, por cualquier conducto, era nuestra solución. El desarrollo del carácter a través del sufrimiento podría estar bien para los santos, pero a nosotros no nos atraía la idea.


Entonces en C.A.., miramos a nuestro alrededor y escuchamos. Por todas partes vimos fracasos y desgracias transformadas por la humildad en bienes inestimables. Escuchamos narraciones de cómo la humildad había sacado fuerzas de la debilidad. En cada caso el comienzo de una vida nueva había sido pagado con dolor. Pero a cambio de ese pago se había recibido más de lo que se esperaba. Adquirimos una dosis de humildad y pronto descubrimos que además curaba el dolor. Empezamos a temerle menos al dolor y a desear tener humildad más que nunca.


Durante el proceso de aprender más acerca de la humildad, el resultado más significativo que obtuvimos fue el cambio de nuestra actitud hacia Dios. Y esto fue así para los creyentes y para los que no lo eran. Empezamos a superar la idea que teníamos de que el Poder Superior era algo remoto a lo que solamente se acude en casos de emergencia. Se empezó a desvanecer la idea de que podíamos seguir viviendo “nuestras propias vidas” ayudados por Dios de vez en cuando. Muchos de nosotros que habíamos creído que éramos devotos, despertamos a la realidad de nuestra situación limitada en ese sentido. Nos habíamos privado de la ayuda de Dios al negarnos a ponerlo en primer lugar. Entonces, las palabras “Yo solo, no soy nada, el Padre dispone” empezaron a tener significado y hacernos entrever promesas brillantes.


Nos dimos cuenta de que no era necesario estar siempre apaleados y abatidos por la humildad. Podríamos alcanzarla tanto con nuestra buena voluntad de seguirla, como con el sufrimiento que no espera recompensa. Fue un momento decisivo en nuestras vidas aquel en que empezamos a procurar humildad, no como algo que teníamos que tener, sino como algo que realmente deseábamos tener. En ese momento empezamos a darnos cuenta de todo lo que el Séptimo Paso encierra: “humildemente le pedimos a Dios que nos librase de nuestros defectos”.


Al acercarnos a lo que en realidad es dar el Séptimo Paso, estaría bien que, los que somos miembros de C.A. averiguáramos cuáles son exactamente nuestros objetivos más hondos. Cada uno de nosotros quisiera vivir en paz consigo mismo y con los demás. Quisiéramos estar seguros de que la Gracia de Dios puede hacer con nosotros lo que no podemos hacer solos. Hemos visto que los defectos basados en deseos indignos o miopes son los obstáculos que estorban nuestro camino a esos objetivos. Ahora vemos claramente que hemos tenido exigencias irrazonables para con nosotros, para los demás y para Dios.


El principal causante de los defectos ha sido ese miedo que está en nosotros - miedo principalmente de perder algo que ya teníamos o de no obtener algo que exigíamos-. Viviendo con base en exigencias no satisfechas, estábamos en un continuo estado de perturbación y frustración. Por consiguiente era indispensable, si queríamos disfrutar algún grado de tranquilidad, reducir nuestras exigencias. Cualquiera sabe la diferencia que hay entre una exigencia y una petición. Es el Séptimo Paso donde al cambiar nuestra actitud podemos, con la humildad como guía, salir de nosotros para ir a los demás y a Dios.


A través de todo el Séptimo Paso se hace hincapié en la humildad. En realidad se nos dice que debemos estar dispuestos a tratar de librarnos de nuestros defectos a través de la humildad, en la misma forma en que admitimos que éramos impotentes con las emociones y que llegamos al convencimiento de que sólo un Poder Superior podría devolvernos el buen juicio. Si ese grado de humildad nos ha podido ayudar a encontrar la gracia por la que haya sido posible desterrar las emociones negativas, entonces debe haber esperanzas de obtener el mismo resultado en lo que respecta a cualquier otro problema que pudiéramos tener.

domingo, 26 de abril de 2009

Paso 6. "Estuvimos dispuestos a dejar que Dios eliminase todos estos defectos de carácter".


(Adaptado de los 12 pasos de Alcohóliocs Ánonimos)


“Este es un paso que separa a los hombres de los muchachos...”. Así piensa un clérigo. Dice que la persona que tiene la suficiente buena voluntad y honradez para aplicar una y otra vez el Sexto Paso a sus defectos “sin reservas de ninguna especie”, ha avanzado mucho espiritualmente, y por consiguiente merece que se diga de él que es una persona que está tratando sinceramente de crecer a la imagen de propio Creador.

Desde luego la frecuentemente discutida pregunta de si Dios puede eliminar defectos de carácter –y si lo hará bajo ciertas condiciones-, tendrá una respuesta afirmativa de parte de casi cualquier miembro de la Comunidad Amor. Para él esta proposición no es una teoría; para él será tal vez el hecho más importante de su vida.

Generalmente se referirá a ello así: “Seguramente que estaba vencido, absolutamente derrotado. Mi fuerza de voluntad no me servía en nada para controlar mis emociones. Cambios de ambientes, los mejores esfuerzos de mi familia y mis amigos, de médicos y clérigos, resultaron inútiles contra mi ego. Sencillamente no podía controlarme y nadie podría lograr que lo hiciera. Pero cuando estuve dispuesto a ventilarme y le pedí a un Poder Superior, Dios dentro de mí, que me liberara de mis defectos, mi neurosis desapareció. Me la arrancaron”.

Esta clase de testimonios se oye a diario en reuniones de la Comunidad Amor en todo el mundo. Cualquiera puede ver claramente que cada miembro de la Comunidad Amor ha sido liberado. Así es que de una manera cabal y literal todos los miembros de la Comunidad Amor estuvieron dispuestos a dejar que Dios eliminase de sus vidas los aspectos del ego. Y Dios procedió a hacer exactamente eso.

Una vez que se nos ha liberado de una manera perfecta de nuestro principal medio de escape (drogas, píldoras, alcohol, masturbación, ira, etc.), ¿Por qué no podemos lograr por el mismo medio, una liberación perfecta de cada uno de nuestros problemas y defectos? Este es un acertijo de nuestra existencia cuya respuesta solamente puede estar en la mente de Dios. A pesar de todo podremos darnos cuenta de parte de la respuesta cuando menos.

Cuando los hombres y mujeres se dejan llevar por sus emociones a tal grado que destruyen sus vidas, están cometiendo un acto antinatural. Desafiando a su instinto de conservación parecen que están empeñados en destruirse. Van contra su instinto más hondo. Al ser humillados por la terrible paliza que les propinan las emociones descontroladas, la Gracia de Dios puede llegar a ellos y liberarlos. Aquí, su instinto poderoso de vivir puede colaborar de lleno con el deseo de su Creador de darles una vida nueva. Porque tanto la naturaleza como Dios aborrecen el suicidio.

Pero la mayoría de las otras dificultades que tenemos no entran en esta categoría para nada. Toda persona normal quiere, por ejemplo, comer, y reproducirse, ser alguien en la sociedad de sus semejantes. Y desea estar razonablemente a salvo y seguro mientras trata de conseguir sus fines. Ciertamente Dios lo hizo así. No lo concibió para que se destruyera. Y sí lo dotó de instintos que lo ayudaran a sobrevivir.

No se evidencia en ninguna parte que nuestro Creador espere que eliminemos totalmente nuestros impulsos instintivos. Hasta donde sabemos, no hay constancia de que Dios haya removido de algún ser humano todos sus impulsos naturales.

Como la mayoría de nosotros nace con abundancia de deseos naturales, no es raro que frecuentemente dejemos que éstos excedan su propósito. Cuando nos llevan a ciegas, exigimos voluntariamente de ellos que nos proporcionen más satisfacciones de lo que es posible o de lo que es debido, es el momento en el que nos apartamos del grado de perfección que Dios desea para nosotros en la tierra. Esta es la medida de nuestros defectos de carácter o, si se quiere, pecados.
Si se lo pedimos Dios seguramente nos perdonará negligencias. Pero en ningún caso nos dejará blancos como la nieve si no aportamos nuestra colaboración. Eso es algo que se supone que nosotros estamos dispuestos a esforzarnos por lograr. Él solamente pide que tratemos, lo mejor que podamos, de avanzar en la formación de nuestro carácter.


Así es que en el Sexto Paso “estuvimos dispuestos a dejar que Dios eliminase nuestros defectos de carácter” es la forma en que la Comunidad Amor expresa lo que es la mejor actitud que puede asumirse para empezar esta tarea de toda la vida. Esto no quiere decir que se espere que todos nuestros defectos de carácter serán eliminados como lo fue nuestro principal medio de escape. Puede que algunos sí, pero tendremos que contentarnos con mejorar pacientemente en lo que respecta a la mayoría de los demás. Las palabras clave “enteramente dispuestos” subrayan el hecho de que aspiramos a lo mejor en lo que conozcamos o podamos conocer.


¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a este grado? En un sentido absoluto, nadie. Lo mejor que podemos hacer, con toda la honradez que podamos aportar, es tratar de estarlo. Aún entonces los mejores de nosotros descubrimos con tristeza que siempre hay un momento crítico en el que nos detenemos y decimos: “No esto todavía no lo puedo dejar”. Y pisamos frecuentemente terreno aún más peligroso cuando gritamos: “Esto no lo dejaré nunca”. Tal es la fuerza que tienen nuestros instintos para propasarse. A pesar del progreso logrado habrá deseos que se opongan a la gracia de Dios.


Algunos de los que creen haberlo hecho bien tal vez refuten esto, así es que vamos a ir más allá. Casi cualquier persona siente el deseo de poder liberarse de sus impedimentos más notorios y destructivos. Nadie quiere ser tan orgulloso que se tilde de jactancioso, ni tan ambicioso que se le llame ladrón. Nadie quiere encolerizarse al grado de matar, o ser lujurioso hasta llegar al rapto, ni tan glotón que arruine su salud. Nadie quiere sentir el malestar crónico que produce la envidia o quedarse paralizado por la pereza. Desde luego que la mayoría de los seres humanos no sufre de estos defectos en ese grado exagerado.


Los que hemos evadido llegar a estos extremos estamos propensos a felicitarnos de ello. Sin embargo, ¿podemos hacerlo?, después de todo ¿No ha sido el egoísmo, puro y simple, lo que nos ha permitido evadir los extremos? No hay gran esfuerzo espiritual de por medio en tratar de evadir excesos por lo que se nos castigaría de todas maneras. ¿pero dónde estamos cuando se trata de los menos violentos de esta misma clase de defectos?.


Lo que debemos reconocer ahora es que nos regocijamos de algunos de nuestros defectos. En realidad los queremos. Por ejemplo, ¿a quién no le gusta sentirse un poco superior y aún muy superior, de los que lo rodean? ¿No es cierto que dejamos que la codicia se ponga la máscara de la ambición? Pensar en que nos agrade la lujuria parece algo imposible. Sin embargo, cuántos hombres y mujeres hay que hablan de amor y creen lo que dicen, para poder ocultar la lujuria en un rincón oscuro de sus mentes. Y aún manteniéndose dentro de los límites convencionales, muchas gentes tendrán que admitir que sus excursiones sexuales imaginarias están a veces disfrazadas de sueños románticos.


Podemos hasta gozar con un estado colérico que creemos justificado. De una manera perversa puede causarnos satisfacción el hecho de que muchas gentes nos resulten molestas porque esto nos da un sentido de superioridad. Una forma amable de asesinar personalidades, es la murmuración espoleada por la ira, también tiene sus satisfacciones. En este caso no estamos tratando de ayudar a los que criticamos; estamos tratando de pregonar nuestra hipocresía.


Cuando la glotonería no llega a un grado ruinoso, usamos un término más moderado para calificarla: confort. Vivimos en un mundo contagiado de envidia. Esta afecta a todos en mayor o menor grado. Es de suponerse que de este defecto derivamos una satisfacción torcida. De otra manera, ¿por qué perdemos tanto tiempo deseando lo que no tenemos, en vez de emplear ese tiempo en tratar de obtenerlo, o buscando torpemente atributos que nunca tendremos en vez de adaptarnos a los hechos y aceptarlos? Y cuántas veces trabajamos arduamente para conseguir esa seguridad y haraganería, a lo que llamamos “retirarnos de la vida activa”. Consideremos también el talento que tenemos para demorar lo que tenemos que hacer y que en realidad es pereza. Casi cualquiera puede hacer una larga lista de estos defectos y pocos de nosotros pensaríamos seriamente en renunciar a ellos, cuando menos hasta que no empezaran a hacernos muy desgraciados.


Desde luego que algunos llegan a la conclusión de que ya están preparados para que los libren de sus defectos. Pero aún estas personas, si hacen una relación de los menos graves de sus defectos, se verán obligados a admitir que prefieren quedarse con algunos de ellos. Por consiguiente, parece claro que pocos de nosotros podemos llegar rápida o fácilmente a estar preparados para aspirar a una perfección moral o espiritual; queremos transar solamente con el grado de perfección indispensable para irla pasando. Así es que la diferencia entre muchachos y hombres, es la diferencia entre luchar por obtener un objetivo limitado de nuestro ego y luchar por obtener el objetivo que es Dios.


Muchos preguntaremos en el acto: “¿Cómo aceptar todo lo que implica el Sexto Paso? Eso sería la perfección”. Esta parece una pregunta difícil, pero en realidad no lo es. Solamente se puede practicar a la perfección el Primer Paso, en el que hicimos una admisión absoluta de que éramos impotentes para luchar contra nuestras emociones descontroladas. Los siguientes once pasos exponen ideales perfectos. Son metas a las que aspiramos e instrumentos que sirven para medir nuestro progreso. Visto desde este punto, el Sexto Paso todavía resulta difícil, pero de ninguna manera imposible. Lo que urge es empezar y seguir perseverando.


Si en la aplicación de este paso no conseguimos alguna ventaja substancial en la solución de problemas no relacionados con nuestra forma de escapar, necesitaremos empezar de nuevo con la mente más alerta. Necesitaremos mirar hacia la perfección y estar preparados a marchar en esa dirección. Poco importa que a veces tropecemos. Lo que importa es estar listos.


Mirando otra vez aquellos defectos de los que todavía no queremos desprendernos, debemos desvanecer los límites rígidos que nos hemos marcado. En algunos casos tal vez aún tenemos que decir: “Esto no lo puedo dejar todavía...”, pero nunca debemos decirnos: “¡Esto no lo dejaré jamás!” .


Vamos a cerrar lo que parece ser un final peligrosamente entre abierto. Se sugiere que necesitamos estar completamente dispuestos a aspirar a la perfección. Sin embargo, hacemos notar que cierto grado de demora es perdonable. El egoico que buscara la explicación razonada de la palabra demora, fácilmente la interpretaría como plazo largo. Podría decir: “Esto es muy fácil. Seguramente que me encaminaré hacia la perfección pero no tengo por qué apresurarme. Tal vez puedo posponer el tener que enfrentarme a algunos de mis problemas”. Desde luego esto no da resultados satisfactorios. Esta manera de engañarse a sí mismo no conduce a ninguna parte. Por lo menos, tendremos que batallar contra nuestros peores defectos de carácter y tomar medidas activas para extirparlos lo más pronto que nos sea posible.


En el momento en que decimos “no, nunca” nuestras mentes se cierran a la Gracia de Dios. La demora es peligrosa y la rebeldía puede ser fatal. En este punto abandonamos los objetivos limitados y nos encaminamos a lo que es la Voluntad de Dios para con nosotros.

miércoles, 1 de abril de 2009

Paso 5. "Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestros defectos"

Texto original del A.A. adaptado a la Comunidad Amor.

Todos los Doce Pasos de la Comunidad Amor nos piden que vayamos en contra de nuestros deseos naturales…. todos ellos desinflan nuestros ego. En cuanto al desinflamiento del ego, hay pocos Pasos que nos resulten más difíciles que el Quinto. Pero tal vez no hay otro Paso más necesario para lograr una sobriedad duradera y la tranquilidad de espíritu.

La experiencia de la Comunidad Amor. nos ha enseñado que no podemos vivir a solas con nuestros problemas apremiantes y los defectos de carácter que los causan o los agravan. Si hemos examinado nuestras carreras a la luz del Cuarto Paso, y hemos visto iluminadas y destacadas aquellas experiencias que preferiríamos no recordar, si hemos llegado a darnos cuenta de cómo las ideas y acciones equivocadas nos han lastimado a nosotros y a otras personas, entonces, la necesidad de dejar de vivir a solas con los fantasmas atormentadores del pasado cobra cada vez más urgencia. Tenemos que hablar de ellos con alguien.


No obstante, es tal la intensidad de nuestro miedo y nuestra desgana a hacerlo que al principio muchas personas intentan saltar el Quinto Paso. Buscamos una alternativa más cómoda - que suele ser el admitir, de forma general y poco molesta, que cuando nuestro ego no dominaba a veces éramos malos actores. Entonces, para remacharlo, añadíamos unas descripciones dramáticas de algunos aspectos de nuestra conducta egoica que, de todas formas, nuestros amigos probablemente ya conocían.


Pero acerca de las cosas que realmente nos molestan y nos enojan, no decimos nada. Ciertos recuerdos angustiosos o humillantes, nos decimos, no se deben compartir con nadie. Los debemos guardar en secreto. Nadie jamás debe conocerlos. Esperamos llevárnoslos a la tumba.


Sin embargo, si la experiencia de la Comunidad Amor nos sirve para algo, esta decisión no sólo es poco sensata, sino también muy peligrosa. Pocas actitudes confusas nos han causado más problemas que la de tener reservas en cuanto al Quinto Paso. Algunas personas ni siquiera pueden mantenerse sobrias del ego por poco tiempo; otras tendrán recaídas periódicamente hasta que logren poner sus casas en orden. Incluso los veteranos de la Comunidad Amor que llevan muchos años sobrios de ciertos aspectos del ego, a menudo pagan un precio muy alto por haber escatimado esfuerzos en este Paso. Contarán cómo intentaban cargar solos con este peso; cuánto sufrieron de irritabilidad, de angustia, de remordimientos y de depresión; y cómo, al buscar inconscientemente alivio, a veces incluso acusaban a sus mejores amigos de los mismos defectos de carácter que ellos mismos intentaban ocultar. Siempre descubrían que nunca se encuentra el alivio al confesar los pecados de otra gente. Cada cual tiene que confesar los suyos.


Esta costumbre de reconocer los defectos de uno mismo ante otra persona es, por supuesto, muy antigua. Su valor ha sido confirmado en cada siglo, y es característico de las personas que centran sus vidas en lo espiritual y que son verdaderamente religiosas. Pero hoy día no sólo la religión aboga a favor de este principio salvador. Los siquiatras y los sicólogos recalcan la profunda y práctica necesidad que tiene todo ser humano de conocerse a sí mismo y reconocer sus defectos de personalidad, y poder hablar de ellos con una persona comprensiva y de confianza. En cuanto a los miembros de la Comunidad Amor. iría aun más lejos. La mayoría de nosotros diríamos que, sin admitir sin miedo nuestros defectos ante otro ser humano, no podríamos mantenernos sobrios del ego. Parece bien claro que la gracia de Dios no entrará en nuestras vidas para expulsar nuestras obsesiones destructoras hasta que no estemos dispuestos a intentarlo.


¿Qué podemos esperar recibir del Quinto Paso?


Entre otras cosas, nos libraremos de esa terrible sensación de aislamiento que siempre hemos tenido. Casi sin excepción, los estudiantes espirituales están torturados por la soledad. Incluso antes de que nuestra forma de ceder a los impulsos del ego se agravara hasta tal punto que los demás se alejaran de nosotros, casi todos nosotros sufríamos de la sensación de no encajar en ninguna parte. O bien éramos tímidos y no nos atrevíamos acercarnos a otros, o éramos propensos a ser muy extrovertidos, ansiando atenciones y camaradería, sin conseguirlas nunca - o al menos según nuestro parecer. Siempre había esa misteriosa barrara que no podíamos superar ni entender. Era como si fuéramos actores en escena que de pronto se dan cuenta de no poder recordar ni una línea de sus papeles. Esta es una de las razones por las que nos gustaba tanto dejarnos llevar por nuestro ego. Nos permitía improvisar. Pero incluso el ego se volvió en contra nuestra; acabamos derrotados y nos quedamos en aterradora soledad.


Cuando llegamos la Comunidad Amor y por primera vez en nuestras vidas nos encontramos entre personas que parecían comprendernos, la sensación de pertenecer fue tremendamente emocionante. Creíamos que el problema del aislamiento había sido resuelto. Pero pronto descubrimos que, aunque ya no estábamos aislados en el sentido social, todavía seguíamos sufriendo las viejas punzadas del angustioso aislamiento. Hasta que no hablamos con perfecta franqueza de nuestros conflictos y no escuchamos a otro hacer la misma cosa, seguíamos con la sensación de no pertenecer. En el Quinto Paso se encontraba la solución. Fue el principio de una auténtica relación con Dios y con nuestros prójimos.


Por medio de este Paso vital, empezamos a sentir que podríamos ser perdonados, sin importar cuáles hubieran sido nuestros pensamientos o nuestros actos. Muchas veces, mientras practicábamos este Paso con la ayuda de nuestros padrinos o consejeros espirituales, por primera vez nos sentimos capaces de perdonar a otros, fuera cual fuera el daño que creíamos que nos habían causado. Nuestro inventario moral nos dejó convencidos de que lo deseable era el perdón general, pero hasta que no emprendimos resueltamente el Quinto Paso, no llegamos a saber en nuestro fuero interno que podríamos recibir el perdón y también concederlo.


Otro gran beneficio que podemos esperar del hecho de confiar nuestros defectos a otra persona es la humildad - una palabra que suele interpretarse mal. Para los que hemos hecho progresos en la Comunidad Amor, equivale a un reconocimiento claro de lo que somos y quiénes somos realmente, seguido de un esfuerzo sincero de llegar a ser lo que podemos ser. Por lo tanto, lo primero que debemos hacer para encaminarnos hacia la humildad es reconocer nuestros defectos. No podemos corregir ningún defecto si no lo vemos claramente. Pero vamos a tener que hacer algo más que ver. El examen objetivo de nosotros mismos que logramos hacer en el Cuarto Paso sólo era, después de todo, un examen. Por ejemplo, todos nosotros vimos que nos faltaba honradez y tolerancia, que a veces nos veíamos asediados por ataques de autoconmiseración y por delirios de grandeza. No obstante, aunque ésta era una experiencia humillante, no significaba forzosamente que hubiéramos logrado una medida de auténtica humildad. A pesar de haberlos reconocido, todavía teníamos estos defectos. Había que hacer algo al respecto. Y pronto nos dimos cuenta de que ni nuestros deseos ni nuestra voluntad servían, por sí solos, para superarlos.


El ser más realistas y, por lo tanto, más sinceros con respecto a nosotros mismos son los grandes beneficios de los que gozamos bajo la influencia del Quinto Paso. Al hacer nuestro inventario, empezamos a ver cuántos problemas nos había causado el autoengaño. Esto nos provocó una reflexión desconcertante. Si durante toda nuestra vida nos habíamos estado engañando a nosotros mismos, ¿cómo podíamos estar seguros ahora de no seguir haciéndolo? ¿Cómo podíamos estar seguros de haber hecho un verdadero catálogo de nuestros defectos y de haberlos reconocido sinceramente, incluso ante nosotros mismos? Puesto que seguíamos presas del miedo, de la autoconmiseración de los sentimientos heridos, lo más probable era que no podríamos llegar a una justa apreciación de nuestro estado real. Un exceso de sentimientos de culpabilidad y de remordimientos podría conducirnos a dramatizar y exagerar nuestras deficiencias. O la ira y el orgullo herido podrían ser la cortina de humo tras la que ocultábamos algunos de nuestros defectos, mientras que culpábamos a otros por ellos. También era posible que todavía estuviéramos incapacitados por muchas debilidades, grandes y pequeñas, que ni siquiera sabíamos que tuviéramos.


Por lo tanto, nos parecía muy obvio que hacer un examen solitario de nosotros mismos, y reconocer nuestros defectos, basándonos únicamente en esto, no iba a ser suficiente. Tendríamos que contar con ayuda ajena para estar seguros de conocer y admitir la verdad acerca de nosotros mismos - la ayuda de Dios y de otro ser humano. Sólo al darnos a conocer totalmente y sin reservas, sólo al estar dispuestos a escuchar consejos y aceptar orientación, podríamos poner pie en el camino del recto pensamiento, de la rigurosa honradez, y de la auténtica humildad.


No obstante, muchos de nosotros seguíamos vacilando. Nos dijimos: "¿Por qué no nos puede indicar 'Dios como lo concebimos' dónde nos desviamos?" Si el Creador fue quien nos dio la vida, El sabrá con todo detalle en dónde nos hemos equivocado. ¿Por qué no admitir nuestros defectos directamente ante El? ¿Qué necesidad tenemos de mezclar a otra persona en este asunto?.


En esta etapa, encontramos dos obstáculos en nuestro intento de tratar con Dios como es debido. Aunque al principio puede que nos quedemos asombrados al darnos cuenta de que Dios lo sabía todo respecto a nosotros, es probable que nos acostumbremos rápidamente a la idea. Por alguna razón, el estar a solas con Dios no parece ser tan embarazoso como sincerarnos ante otro ser humano. Hasta que no nos sentemos a hablar francamente de lo que por tanto tiempo hemos ocultado, nuestra disposición para poner nuestra casa en orden seguirá siendo un asunto teórico. El ser sinceros con otra persona nos confirma que hemos sido sinceros con nosotros mismos y con Dios.


El segundo obstáculos es el siguiente: es posible que lo que oigamos decir a Dios cuando estamos solos esté desvirtuado por nuestras propias racionalizaciones y fantasías. La ventaja de hablar con otra persona es que podemos escuchar sus comentarios y consejos inmediatos respecto a nuestra situación, y no cabrá la menor duda de cuáles son estos consejos: En cuestiones espirituales, es peligroso hacer las cosas solas. Cuántas veces hemos oído a gente bien intencionada decir que habían recibido la orientación de Dios, cuando en realidad era muy obvio que estaban totalmente equivocados. Por falta de práctica y de humildad, se habían engañado a ellos mismos, y podían justificar las tonterías más disparatadas, manteniendo que esto era lo que Dios les había dicho. Vale la pena destacar que la gente que ha logrado un gran desarrollo espiritual casi siempre insisten en confirmar con amigos y consejeros espirituales la orientación que creen haber recibido de Dios. Claro está, entonces, que un principiante no debe exponerse al riesgo de cometer errores tontos y, tal vez, trágico en este sentido. Aunque los comentarios y consejos de otras personas no tienen por qué ser infalibles, es probable que sean muchos más específicos que cualquier orientación directa que podamos recibir mientras tengamos tan poca experiencia en establecer contacto con un Poder superior dentro de nosotros mismos.


Nuestro siguiente problema será descubrir a la persona en quien vayamos a confiar. Esto lo debemos hacer con sumo cuidado, teniendo presente que la prudencia es una virtud muy preciada. Tal vez tendremos que comunicar a esta persona algunos hechos de nuestra vida que nadie más debe saber. Será conveniente que hablemos con una persona experimentada, que no solo se ha mantenido sobria, sino que también ha podido superar graves dificultades. Dificultades, tal vez, parecidas a las nuestras. Puede suceder que esta persona será nuestro padrino, pero no es necesario que sea así. Si has llegado a tener gran confianza en él, y su temperamento y sus problemas se parecen a los tuyos, entonces será una buena elección. Además, tu padrino ya tiene la ventaja de conocer algo de tu historia.


Sin embargo, puede ser que tu relación con él es de una naturaleza tal que solo quieras revelarle una parte de tu historia. Si este es el caso, no vaciles en hacerlo, porque debes hacer un comienzo tan pronto como puedas. No obstante, puede resultar que elijas a otra persona a quien confiar las revelaciones más profundas y más difíciles. Puede ser que este individuo sea totalmente ajeno a la Comunidad Amor - por ejemplo, tu confesor o tu pastor o tu médico. Para algunos de nosotros, una persona totalmente desconocida puede que sea lo mejor.


Lo realmente decisivo es tu buena disposición para confiar en otra persona y la total confianza que deposites en aquel con quien compartes tu primer inventario sincero y minucioso. Incluso después de haber encontrado a esa persona, muchas veces se requiere una gran resolución para acercarse a él o ella. Que nadie diga que el programa de la Comunidad Amor no exige ninguna fuerza de voluntad; esta situación puede que requiera toda la que tengas. Afortunadamente, es muy probable que te encuentres con una sorpresa muy agradable. Cuando le hayas explicado cuidadosamente tu intención y el depositario de tu confianza vea lo verdaderamente útil que puede ser, les resultará fácil empezar la conversión, y pronto será muy animada. Es probable que la persona que te escucha no tarde mucho en contarte un par de historias acerca de él mismo, lo cual te hará sentirte aun más cómodo. Con tal que no ocultes nada, cada minuto que pase te irás sintiendo más aliviado. Las emociones que has tenido reprimidas durante tantos años salen a la luz y, una vez iluminadas, milagrosamente se desvanecen. Según van desapareciendo los dolores, los reemplaza una tranquilidad sanadora. Y cuando la humildad y la serenidad se combinan de esta manera, es probable que ocurra algo de gran significación. Muchos A.A., que una vez fueron agnósticos o ateos, nos dicen que en esta etapa del Quinto Paso sintieron por primera vez la presencia de Dios. E incluso aquellos que ya habían tenido fe, muchas veces logran tener un contacto consciente con Dios más profundo que nunca.


Esta sensación de unidad con Dios y con el hombre, este salir del aislamiento al compartir abierta y sinceramente la terrible carga de nuestro sentimiento de culpabilidad, nos lleva a un punto de reposo donde podemos prepararnos para dar los siguientes Pasos hacia una sobriedad completa y llena de significado.

martes, 24 de marzo de 2009

Paso 4. Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos

Este paso nos conduce a practicar la máxima de Jesús que dice que debemos ser capaces de ver la viga en el ojo propio. La viga en nuestro ojo es el ego. Para nosotros es fácil ver el ego en los demás, podríamos incluso hacer una lista de los defectos de un amigo con mucha facilidad. ¿Pero haríamos esa lista para nosotros mismos?

El inventario moral es una lista de los bloqueos que no nos dejan expresar a Dios plenamente. El objetivo de la lista es hacernos concientes del camino que todavía nos falta por recorrer. Podemos hacer la lista poniendo nuestras debilidades en orden de mayor a menor.

Lo primero de la lista debe ser nuestro mayor bloqueo, nuestro mayor defecto. Enseguida debemos hacer un trabajo psicológico personal en el cual podamos encontrar la causa de ese defecto y podamos entender como actúa, como se manifiesta en nuestra vida. Para hacer eso debemos estudiar y practicar minuciosamente la Clave 2 del libro: “Las 7 claves para el despertar espiritual”. Allí encontraremos una manera formidable de darle sentido a nuestra lista.
Una vez que hemos escrito nuestro mayor defecto y lo hemos sometido al escrutinio de la Clave 2 del libro, estamos listos para anotar el segundo mayor defecto y hacer lo mismo. Luego repetiremos el ejercicio con el tercero, etc. Pero no tenemos que empezar a trascender todos los defectos de nuestra lista de una vez. Empecemos por poner todo nuestro empeño y energía en el primero, si nos quedan fuerzas, hagámoslo en el segundo y si todavía podemos, hagámoslo en el tercero. Lo importante es que esto no se convierta en una carga para nosotros. Pero puede que, estando trabajando en los primeros, vayamos a los últimos defectos de la lista y encontremos que hay algunos que los podemos cambiar fácilmente, que no necesitamos sino un mero cambio de actitud.

Este es el trabajo que han hecho los grandes Maestros de todas las eras. Ellos se han hecho responsables de su psicología y ha ido detrás de cada bloqueo hasta sentir que lo han debilitado, luego han seguido con el próximo y el próximo hasta tener cierto domino sobre sus vidas.
Lo importante es que cuando decidas superar un bloqueo determinado, además de hacer el trabajo que hemos descrito, investigues a cerca de él, busques a personas o grupos de ayuda que lo superaron para que te guíen, puedes leer libros o artículos a cera de ese bloqueo.

Después empiezas a observar detalladamente cómo es que este defecto se manifiesta en tu vida, en tu mente, en tus relaciones con los demás, etc. Puedes ir a la Clave 6 del libro: “Las 7 claves para el despertar espiritual” y entender mejor como opera tu ego en ese aspecto en particular.
Esto te permite tomar control sobre tu vida. Cuando sabes cómo, cuándo, dónde y porqué se manifiesta tu defecto, entonces te puedes adelantar a las circunstancias para superarlo. Empiezas a comprender que realmente no vale la pena dejar que se manifieste, te das cuenta de que las consecuencias son peores que lo que “disfrutas” sacando ese aspecto de tu ego a flote.

Todo esto lo haces mientras entregas tu vida a Dios. Tú por ti solo no puedes superar a tu ego, solo invocando la Fuerza del Dios que eres puedes realmente tener la firmeza y el Poder para trascender tu propia creación.

Algo muy importante en este punto es evitar que te vuelvas un psico-rígido en cuanto a tu ego. Puede que después de hacer la lista esperes superar todo eso y alcanzar la perfección. Una vez un hombre miró a Jesús y le dijo: “Maestro bueno”. Jesús le replico: “No me llames bueno, que bueno no es sino Dios”. Eso nos revela que como humanos, mientras estemos viviendo en la carne nunca podremos alcanzar la perfección total. La perfección humana simplemente no existe, Dios en nosotros es perfecto, pero nosotros como humanos somos humanos.

Nuestro trabajo en la psicología personal no consiste en llegar a ser perfectos. Simplemente partimos de un rango en el cual el ego controla el 90, el 60, o el 50% de nuestra vida. Nuestra meta es superar esa estadística y dejar que el Dios que somos tome el comando del 51% de nuestra existencia. Después avanzaremos más y llegaremos a tener control Divino sobre el 70, el 80 y hasta el 90% de nuestro mundo.

Pero no podemos llegar a creer que algún día –en esta tierra- seremos 100% Dios y 0% ego. Eso no puede suceder porque la naturaleza intrínseca del mundo material es la dualidad. El universo fue creado deliberadamente con conciencia de dualidad, pero eso no es malo, lo que sucede es que Dios quería saber que se sentía creerse separado de sí mismo; y la manera de hacerlo fue creando un universo con conciencia de dualidad y bajando a él a través de ti. Si, tú eres Dios experimentando la dualidad.

Así que no te sientas culpable porque no puedas alcanzar la perfección total en este mundo. Piensa en esto, como humano solo eres la punta del iceberg de un Ser más grande. Así que ahora puedes saber que tu más alta identidad, el Dios que eres, es perfecto. Digamos que el ser humano que canta y baila es tan solo el 1% de un Espíritu Eterno y perfecto. De modo que no te preocupes, el 99% de ti es perfecto. Algún día soltarás ese molde mortal y te unirás al Dios que eres llegando a ser 100% perfección. Pero eso no sucederá mientras estés aquí. Si estás en la tierra es porque tienes una tarea que cumplir, y tu tarea es traer ese 99% del Reino de Dios que hay dentro de ti a este mundo.

El mayor obstáculo para que puedas hacer este inventario moral son el orgullo y el miedo. El orgullo te dirá que tú no necesitas hacer el inventario, que eres demasiado avanzado espiritualmente como para hacer esas tonterías, que eso es para los débiles. Pues bien, si piensas así, deberías poner el orgullo de primero en la lista. Se necesita humildad para admitir tus flaquezas y defectos.

El miedo te dirá que no hagas esa lista. Duele hacerse conciente de defectos que te avergüenzan, pues bien, no sientas vergüenza. Dios te ama y te acepta como eres en este momento. La Comunidad te ama y te acepta como eres, no tienes porque sentir alguna clase de vergüenza. Levanta la cabeza y no temas.