domingo, 26 de abril de 2009

Paso 6. "Estuvimos dispuestos a dejar que Dios eliminase todos estos defectos de carácter".


(Adaptado de los 12 pasos de Alcohóliocs Ánonimos)


“Este es un paso que separa a los hombres de los muchachos...”. Así piensa un clérigo. Dice que la persona que tiene la suficiente buena voluntad y honradez para aplicar una y otra vez el Sexto Paso a sus defectos “sin reservas de ninguna especie”, ha avanzado mucho espiritualmente, y por consiguiente merece que se diga de él que es una persona que está tratando sinceramente de crecer a la imagen de propio Creador.

Desde luego la frecuentemente discutida pregunta de si Dios puede eliminar defectos de carácter –y si lo hará bajo ciertas condiciones-, tendrá una respuesta afirmativa de parte de casi cualquier miembro de la Comunidad Amor. Para él esta proposición no es una teoría; para él será tal vez el hecho más importante de su vida.

Generalmente se referirá a ello así: “Seguramente que estaba vencido, absolutamente derrotado. Mi fuerza de voluntad no me servía en nada para controlar mis emociones. Cambios de ambientes, los mejores esfuerzos de mi familia y mis amigos, de médicos y clérigos, resultaron inútiles contra mi ego. Sencillamente no podía controlarme y nadie podría lograr que lo hiciera. Pero cuando estuve dispuesto a ventilarme y le pedí a un Poder Superior, Dios dentro de mí, que me liberara de mis defectos, mi neurosis desapareció. Me la arrancaron”.

Esta clase de testimonios se oye a diario en reuniones de la Comunidad Amor en todo el mundo. Cualquiera puede ver claramente que cada miembro de la Comunidad Amor ha sido liberado. Así es que de una manera cabal y literal todos los miembros de la Comunidad Amor estuvieron dispuestos a dejar que Dios eliminase de sus vidas los aspectos del ego. Y Dios procedió a hacer exactamente eso.

Una vez que se nos ha liberado de una manera perfecta de nuestro principal medio de escape (drogas, píldoras, alcohol, masturbación, ira, etc.), ¿Por qué no podemos lograr por el mismo medio, una liberación perfecta de cada uno de nuestros problemas y defectos? Este es un acertijo de nuestra existencia cuya respuesta solamente puede estar en la mente de Dios. A pesar de todo podremos darnos cuenta de parte de la respuesta cuando menos.

Cuando los hombres y mujeres se dejan llevar por sus emociones a tal grado que destruyen sus vidas, están cometiendo un acto antinatural. Desafiando a su instinto de conservación parecen que están empeñados en destruirse. Van contra su instinto más hondo. Al ser humillados por la terrible paliza que les propinan las emociones descontroladas, la Gracia de Dios puede llegar a ellos y liberarlos. Aquí, su instinto poderoso de vivir puede colaborar de lleno con el deseo de su Creador de darles una vida nueva. Porque tanto la naturaleza como Dios aborrecen el suicidio.

Pero la mayoría de las otras dificultades que tenemos no entran en esta categoría para nada. Toda persona normal quiere, por ejemplo, comer, y reproducirse, ser alguien en la sociedad de sus semejantes. Y desea estar razonablemente a salvo y seguro mientras trata de conseguir sus fines. Ciertamente Dios lo hizo así. No lo concibió para que se destruyera. Y sí lo dotó de instintos que lo ayudaran a sobrevivir.

No se evidencia en ninguna parte que nuestro Creador espere que eliminemos totalmente nuestros impulsos instintivos. Hasta donde sabemos, no hay constancia de que Dios haya removido de algún ser humano todos sus impulsos naturales.

Como la mayoría de nosotros nace con abundancia de deseos naturales, no es raro que frecuentemente dejemos que éstos excedan su propósito. Cuando nos llevan a ciegas, exigimos voluntariamente de ellos que nos proporcionen más satisfacciones de lo que es posible o de lo que es debido, es el momento en el que nos apartamos del grado de perfección que Dios desea para nosotros en la tierra. Esta es la medida de nuestros defectos de carácter o, si se quiere, pecados.
Si se lo pedimos Dios seguramente nos perdonará negligencias. Pero en ningún caso nos dejará blancos como la nieve si no aportamos nuestra colaboración. Eso es algo que se supone que nosotros estamos dispuestos a esforzarnos por lograr. Él solamente pide que tratemos, lo mejor que podamos, de avanzar en la formación de nuestro carácter.


Así es que en el Sexto Paso “estuvimos dispuestos a dejar que Dios eliminase nuestros defectos de carácter” es la forma en que la Comunidad Amor expresa lo que es la mejor actitud que puede asumirse para empezar esta tarea de toda la vida. Esto no quiere decir que se espere que todos nuestros defectos de carácter serán eliminados como lo fue nuestro principal medio de escape. Puede que algunos sí, pero tendremos que contentarnos con mejorar pacientemente en lo que respecta a la mayoría de los demás. Las palabras clave “enteramente dispuestos” subrayan el hecho de que aspiramos a lo mejor en lo que conozcamos o podamos conocer.


¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a este grado? En un sentido absoluto, nadie. Lo mejor que podemos hacer, con toda la honradez que podamos aportar, es tratar de estarlo. Aún entonces los mejores de nosotros descubrimos con tristeza que siempre hay un momento crítico en el que nos detenemos y decimos: “No esto todavía no lo puedo dejar”. Y pisamos frecuentemente terreno aún más peligroso cuando gritamos: “Esto no lo dejaré nunca”. Tal es la fuerza que tienen nuestros instintos para propasarse. A pesar del progreso logrado habrá deseos que se opongan a la gracia de Dios.


Algunos de los que creen haberlo hecho bien tal vez refuten esto, así es que vamos a ir más allá. Casi cualquier persona siente el deseo de poder liberarse de sus impedimentos más notorios y destructivos. Nadie quiere ser tan orgulloso que se tilde de jactancioso, ni tan ambicioso que se le llame ladrón. Nadie quiere encolerizarse al grado de matar, o ser lujurioso hasta llegar al rapto, ni tan glotón que arruine su salud. Nadie quiere sentir el malestar crónico que produce la envidia o quedarse paralizado por la pereza. Desde luego que la mayoría de los seres humanos no sufre de estos defectos en ese grado exagerado.


Los que hemos evadido llegar a estos extremos estamos propensos a felicitarnos de ello. Sin embargo, ¿podemos hacerlo?, después de todo ¿No ha sido el egoísmo, puro y simple, lo que nos ha permitido evadir los extremos? No hay gran esfuerzo espiritual de por medio en tratar de evadir excesos por lo que se nos castigaría de todas maneras. ¿pero dónde estamos cuando se trata de los menos violentos de esta misma clase de defectos?.


Lo que debemos reconocer ahora es que nos regocijamos de algunos de nuestros defectos. En realidad los queremos. Por ejemplo, ¿a quién no le gusta sentirse un poco superior y aún muy superior, de los que lo rodean? ¿No es cierto que dejamos que la codicia se ponga la máscara de la ambición? Pensar en que nos agrade la lujuria parece algo imposible. Sin embargo, cuántos hombres y mujeres hay que hablan de amor y creen lo que dicen, para poder ocultar la lujuria en un rincón oscuro de sus mentes. Y aún manteniéndose dentro de los límites convencionales, muchas gentes tendrán que admitir que sus excursiones sexuales imaginarias están a veces disfrazadas de sueños románticos.


Podemos hasta gozar con un estado colérico que creemos justificado. De una manera perversa puede causarnos satisfacción el hecho de que muchas gentes nos resulten molestas porque esto nos da un sentido de superioridad. Una forma amable de asesinar personalidades, es la murmuración espoleada por la ira, también tiene sus satisfacciones. En este caso no estamos tratando de ayudar a los que criticamos; estamos tratando de pregonar nuestra hipocresía.


Cuando la glotonería no llega a un grado ruinoso, usamos un término más moderado para calificarla: confort. Vivimos en un mundo contagiado de envidia. Esta afecta a todos en mayor o menor grado. Es de suponerse que de este defecto derivamos una satisfacción torcida. De otra manera, ¿por qué perdemos tanto tiempo deseando lo que no tenemos, en vez de emplear ese tiempo en tratar de obtenerlo, o buscando torpemente atributos que nunca tendremos en vez de adaptarnos a los hechos y aceptarlos? Y cuántas veces trabajamos arduamente para conseguir esa seguridad y haraganería, a lo que llamamos “retirarnos de la vida activa”. Consideremos también el talento que tenemos para demorar lo que tenemos que hacer y que en realidad es pereza. Casi cualquiera puede hacer una larga lista de estos defectos y pocos de nosotros pensaríamos seriamente en renunciar a ellos, cuando menos hasta que no empezaran a hacernos muy desgraciados.


Desde luego que algunos llegan a la conclusión de que ya están preparados para que los libren de sus defectos. Pero aún estas personas, si hacen una relación de los menos graves de sus defectos, se verán obligados a admitir que prefieren quedarse con algunos de ellos. Por consiguiente, parece claro que pocos de nosotros podemos llegar rápida o fácilmente a estar preparados para aspirar a una perfección moral o espiritual; queremos transar solamente con el grado de perfección indispensable para irla pasando. Así es que la diferencia entre muchachos y hombres, es la diferencia entre luchar por obtener un objetivo limitado de nuestro ego y luchar por obtener el objetivo que es Dios.


Muchos preguntaremos en el acto: “¿Cómo aceptar todo lo que implica el Sexto Paso? Eso sería la perfección”. Esta parece una pregunta difícil, pero en realidad no lo es. Solamente se puede practicar a la perfección el Primer Paso, en el que hicimos una admisión absoluta de que éramos impotentes para luchar contra nuestras emociones descontroladas. Los siguientes once pasos exponen ideales perfectos. Son metas a las que aspiramos e instrumentos que sirven para medir nuestro progreso. Visto desde este punto, el Sexto Paso todavía resulta difícil, pero de ninguna manera imposible. Lo que urge es empezar y seguir perseverando.


Si en la aplicación de este paso no conseguimos alguna ventaja substancial en la solución de problemas no relacionados con nuestra forma de escapar, necesitaremos empezar de nuevo con la mente más alerta. Necesitaremos mirar hacia la perfección y estar preparados a marchar en esa dirección. Poco importa que a veces tropecemos. Lo que importa es estar listos.


Mirando otra vez aquellos defectos de los que todavía no queremos desprendernos, debemos desvanecer los límites rígidos que nos hemos marcado. En algunos casos tal vez aún tenemos que decir: “Esto no lo puedo dejar todavía...”, pero nunca debemos decirnos: “¡Esto no lo dejaré jamás!” .


Vamos a cerrar lo que parece ser un final peligrosamente entre abierto. Se sugiere que necesitamos estar completamente dispuestos a aspirar a la perfección. Sin embargo, hacemos notar que cierto grado de demora es perdonable. El egoico que buscara la explicación razonada de la palabra demora, fácilmente la interpretaría como plazo largo. Podría decir: “Esto es muy fácil. Seguramente que me encaminaré hacia la perfección pero no tengo por qué apresurarme. Tal vez puedo posponer el tener que enfrentarme a algunos de mis problemas”. Desde luego esto no da resultados satisfactorios. Esta manera de engañarse a sí mismo no conduce a ninguna parte. Por lo menos, tendremos que batallar contra nuestros peores defectos de carácter y tomar medidas activas para extirparlos lo más pronto que nos sea posible.


En el momento en que decimos “no, nunca” nuestras mentes se cierran a la Gracia de Dios. La demora es peligrosa y la rebeldía puede ser fatal. En este punto abandonamos los objetivos limitados y nos encaminamos a lo que es la Voluntad de Dios para con nosotros.

miércoles, 1 de abril de 2009

Paso 5. "Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestros defectos"

Texto original del A.A. adaptado a la Comunidad Amor.

Todos los Doce Pasos de la Comunidad Amor nos piden que vayamos en contra de nuestros deseos naturales…. todos ellos desinflan nuestros ego. En cuanto al desinflamiento del ego, hay pocos Pasos que nos resulten más difíciles que el Quinto. Pero tal vez no hay otro Paso más necesario para lograr una sobriedad duradera y la tranquilidad de espíritu.

La experiencia de la Comunidad Amor. nos ha enseñado que no podemos vivir a solas con nuestros problemas apremiantes y los defectos de carácter que los causan o los agravan. Si hemos examinado nuestras carreras a la luz del Cuarto Paso, y hemos visto iluminadas y destacadas aquellas experiencias que preferiríamos no recordar, si hemos llegado a darnos cuenta de cómo las ideas y acciones equivocadas nos han lastimado a nosotros y a otras personas, entonces, la necesidad de dejar de vivir a solas con los fantasmas atormentadores del pasado cobra cada vez más urgencia. Tenemos que hablar de ellos con alguien.


No obstante, es tal la intensidad de nuestro miedo y nuestra desgana a hacerlo que al principio muchas personas intentan saltar el Quinto Paso. Buscamos una alternativa más cómoda - que suele ser el admitir, de forma general y poco molesta, que cuando nuestro ego no dominaba a veces éramos malos actores. Entonces, para remacharlo, añadíamos unas descripciones dramáticas de algunos aspectos de nuestra conducta egoica que, de todas formas, nuestros amigos probablemente ya conocían.


Pero acerca de las cosas que realmente nos molestan y nos enojan, no decimos nada. Ciertos recuerdos angustiosos o humillantes, nos decimos, no se deben compartir con nadie. Los debemos guardar en secreto. Nadie jamás debe conocerlos. Esperamos llevárnoslos a la tumba.


Sin embargo, si la experiencia de la Comunidad Amor nos sirve para algo, esta decisión no sólo es poco sensata, sino también muy peligrosa. Pocas actitudes confusas nos han causado más problemas que la de tener reservas en cuanto al Quinto Paso. Algunas personas ni siquiera pueden mantenerse sobrias del ego por poco tiempo; otras tendrán recaídas periódicamente hasta que logren poner sus casas en orden. Incluso los veteranos de la Comunidad Amor que llevan muchos años sobrios de ciertos aspectos del ego, a menudo pagan un precio muy alto por haber escatimado esfuerzos en este Paso. Contarán cómo intentaban cargar solos con este peso; cuánto sufrieron de irritabilidad, de angustia, de remordimientos y de depresión; y cómo, al buscar inconscientemente alivio, a veces incluso acusaban a sus mejores amigos de los mismos defectos de carácter que ellos mismos intentaban ocultar. Siempre descubrían que nunca se encuentra el alivio al confesar los pecados de otra gente. Cada cual tiene que confesar los suyos.


Esta costumbre de reconocer los defectos de uno mismo ante otra persona es, por supuesto, muy antigua. Su valor ha sido confirmado en cada siglo, y es característico de las personas que centran sus vidas en lo espiritual y que son verdaderamente religiosas. Pero hoy día no sólo la religión aboga a favor de este principio salvador. Los siquiatras y los sicólogos recalcan la profunda y práctica necesidad que tiene todo ser humano de conocerse a sí mismo y reconocer sus defectos de personalidad, y poder hablar de ellos con una persona comprensiva y de confianza. En cuanto a los miembros de la Comunidad Amor. iría aun más lejos. La mayoría de nosotros diríamos que, sin admitir sin miedo nuestros defectos ante otro ser humano, no podríamos mantenernos sobrios del ego. Parece bien claro que la gracia de Dios no entrará en nuestras vidas para expulsar nuestras obsesiones destructoras hasta que no estemos dispuestos a intentarlo.


¿Qué podemos esperar recibir del Quinto Paso?


Entre otras cosas, nos libraremos de esa terrible sensación de aislamiento que siempre hemos tenido. Casi sin excepción, los estudiantes espirituales están torturados por la soledad. Incluso antes de que nuestra forma de ceder a los impulsos del ego se agravara hasta tal punto que los demás se alejaran de nosotros, casi todos nosotros sufríamos de la sensación de no encajar en ninguna parte. O bien éramos tímidos y no nos atrevíamos acercarnos a otros, o éramos propensos a ser muy extrovertidos, ansiando atenciones y camaradería, sin conseguirlas nunca - o al menos según nuestro parecer. Siempre había esa misteriosa barrara que no podíamos superar ni entender. Era como si fuéramos actores en escena que de pronto se dan cuenta de no poder recordar ni una línea de sus papeles. Esta es una de las razones por las que nos gustaba tanto dejarnos llevar por nuestro ego. Nos permitía improvisar. Pero incluso el ego se volvió en contra nuestra; acabamos derrotados y nos quedamos en aterradora soledad.


Cuando llegamos la Comunidad Amor y por primera vez en nuestras vidas nos encontramos entre personas que parecían comprendernos, la sensación de pertenecer fue tremendamente emocionante. Creíamos que el problema del aislamiento había sido resuelto. Pero pronto descubrimos que, aunque ya no estábamos aislados en el sentido social, todavía seguíamos sufriendo las viejas punzadas del angustioso aislamiento. Hasta que no hablamos con perfecta franqueza de nuestros conflictos y no escuchamos a otro hacer la misma cosa, seguíamos con la sensación de no pertenecer. En el Quinto Paso se encontraba la solución. Fue el principio de una auténtica relación con Dios y con nuestros prójimos.


Por medio de este Paso vital, empezamos a sentir que podríamos ser perdonados, sin importar cuáles hubieran sido nuestros pensamientos o nuestros actos. Muchas veces, mientras practicábamos este Paso con la ayuda de nuestros padrinos o consejeros espirituales, por primera vez nos sentimos capaces de perdonar a otros, fuera cual fuera el daño que creíamos que nos habían causado. Nuestro inventario moral nos dejó convencidos de que lo deseable era el perdón general, pero hasta que no emprendimos resueltamente el Quinto Paso, no llegamos a saber en nuestro fuero interno que podríamos recibir el perdón y también concederlo.


Otro gran beneficio que podemos esperar del hecho de confiar nuestros defectos a otra persona es la humildad - una palabra que suele interpretarse mal. Para los que hemos hecho progresos en la Comunidad Amor, equivale a un reconocimiento claro de lo que somos y quiénes somos realmente, seguido de un esfuerzo sincero de llegar a ser lo que podemos ser. Por lo tanto, lo primero que debemos hacer para encaminarnos hacia la humildad es reconocer nuestros defectos. No podemos corregir ningún defecto si no lo vemos claramente. Pero vamos a tener que hacer algo más que ver. El examen objetivo de nosotros mismos que logramos hacer en el Cuarto Paso sólo era, después de todo, un examen. Por ejemplo, todos nosotros vimos que nos faltaba honradez y tolerancia, que a veces nos veíamos asediados por ataques de autoconmiseración y por delirios de grandeza. No obstante, aunque ésta era una experiencia humillante, no significaba forzosamente que hubiéramos logrado una medida de auténtica humildad. A pesar de haberlos reconocido, todavía teníamos estos defectos. Había que hacer algo al respecto. Y pronto nos dimos cuenta de que ni nuestros deseos ni nuestra voluntad servían, por sí solos, para superarlos.


El ser más realistas y, por lo tanto, más sinceros con respecto a nosotros mismos son los grandes beneficios de los que gozamos bajo la influencia del Quinto Paso. Al hacer nuestro inventario, empezamos a ver cuántos problemas nos había causado el autoengaño. Esto nos provocó una reflexión desconcertante. Si durante toda nuestra vida nos habíamos estado engañando a nosotros mismos, ¿cómo podíamos estar seguros ahora de no seguir haciéndolo? ¿Cómo podíamos estar seguros de haber hecho un verdadero catálogo de nuestros defectos y de haberlos reconocido sinceramente, incluso ante nosotros mismos? Puesto que seguíamos presas del miedo, de la autoconmiseración de los sentimientos heridos, lo más probable era que no podríamos llegar a una justa apreciación de nuestro estado real. Un exceso de sentimientos de culpabilidad y de remordimientos podría conducirnos a dramatizar y exagerar nuestras deficiencias. O la ira y el orgullo herido podrían ser la cortina de humo tras la que ocultábamos algunos de nuestros defectos, mientras que culpábamos a otros por ellos. También era posible que todavía estuviéramos incapacitados por muchas debilidades, grandes y pequeñas, que ni siquiera sabíamos que tuviéramos.


Por lo tanto, nos parecía muy obvio que hacer un examen solitario de nosotros mismos, y reconocer nuestros defectos, basándonos únicamente en esto, no iba a ser suficiente. Tendríamos que contar con ayuda ajena para estar seguros de conocer y admitir la verdad acerca de nosotros mismos - la ayuda de Dios y de otro ser humano. Sólo al darnos a conocer totalmente y sin reservas, sólo al estar dispuestos a escuchar consejos y aceptar orientación, podríamos poner pie en el camino del recto pensamiento, de la rigurosa honradez, y de la auténtica humildad.


No obstante, muchos de nosotros seguíamos vacilando. Nos dijimos: "¿Por qué no nos puede indicar 'Dios como lo concebimos' dónde nos desviamos?" Si el Creador fue quien nos dio la vida, El sabrá con todo detalle en dónde nos hemos equivocado. ¿Por qué no admitir nuestros defectos directamente ante El? ¿Qué necesidad tenemos de mezclar a otra persona en este asunto?.


En esta etapa, encontramos dos obstáculos en nuestro intento de tratar con Dios como es debido. Aunque al principio puede que nos quedemos asombrados al darnos cuenta de que Dios lo sabía todo respecto a nosotros, es probable que nos acostumbremos rápidamente a la idea. Por alguna razón, el estar a solas con Dios no parece ser tan embarazoso como sincerarnos ante otro ser humano. Hasta que no nos sentemos a hablar francamente de lo que por tanto tiempo hemos ocultado, nuestra disposición para poner nuestra casa en orden seguirá siendo un asunto teórico. El ser sinceros con otra persona nos confirma que hemos sido sinceros con nosotros mismos y con Dios.


El segundo obstáculos es el siguiente: es posible que lo que oigamos decir a Dios cuando estamos solos esté desvirtuado por nuestras propias racionalizaciones y fantasías. La ventaja de hablar con otra persona es que podemos escuchar sus comentarios y consejos inmediatos respecto a nuestra situación, y no cabrá la menor duda de cuáles son estos consejos: En cuestiones espirituales, es peligroso hacer las cosas solas. Cuántas veces hemos oído a gente bien intencionada decir que habían recibido la orientación de Dios, cuando en realidad era muy obvio que estaban totalmente equivocados. Por falta de práctica y de humildad, se habían engañado a ellos mismos, y podían justificar las tonterías más disparatadas, manteniendo que esto era lo que Dios les había dicho. Vale la pena destacar que la gente que ha logrado un gran desarrollo espiritual casi siempre insisten en confirmar con amigos y consejeros espirituales la orientación que creen haber recibido de Dios. Claro está, entonces, que un principiante no debe exponerse al riesgo de cometer errores tontos y, tal vez, trágico en este sentido. Aunque los comentarios y consejos de otras personas no tienen por qué ser infalibles, es probable que sean muchos más específicos que cualquier orientación directa que podamos recibir mientras tengamos tan poca experiencia en establecer contacto con un Poder superior dentro de nosotros mismos.


Nuestro siguiente problema será descubrir a la persona en quien vayamos a confiar. Esto lo debemos hacer con sumo cuidado, teniendo presente que la prudencia es una virtud muy preciada. Tal vez tendremos que comunicar a esta persona algunos hechos de nuestra vida que nadie más debe saber. Será conveniente que hablemos con una persona experimentada, que no solo se ha mantenido sobria, sino que también ha podido superar graves dificultades. Dificultades, tal vez, parecidas a las nuestras. Puede suceder que esta persona será nuestro padrino, pero no es necesario que sea así. Si has llegado a tener gran confianza en él, y su temperamento y sus problemas se parecen a los tuyos, entonces será una buena elección. Además, tu padrino ya tiene la ventaja de conocer algo de tu historia.


Sin embargo, puede ser que tu relación con él es de una naturaleza tal que solo quieras revelarle una parte de tu historia. Si este es el caso, no vaciles en hacerlo, porque debes hacer un comienzo tan pronto como puedas. No obstante, puede resultar que elijas a otra persona a quien confiar las revelaciones más profundas y más difíciles. Puede ser que este individuo sea totalmente ajeno a la Comunidad Amor - por ejemplo, tu confesor o tu pastor o tu médico. Para algunos de nosotros, una persona totalmente desconocida puede que sea lo mejor.


Lo realmente decisivo es tu buena disposición para confiar en otra persona y la total confianza que deposites en aquel con quien compartes tu primer inventario sincero y minucioso. Incluso después de haber encontrado a esa persona, muchas veces se requiere una gran resolución para acercarse a él o ella. Que nadie diga que el programa de la Comunidad Amor no exige ninguna fuerza de voluntad; esta situación puede que requiera toda la que tengas. Afortunadamente, es muy probable que te encuentres con una sorpresa muy agradable. Cuando le hayas explicado cuidadosamente tu intención y el depositario de tu confianza vea lo verdaderamente útil que puede ser, les resultará fácil empezar la conversión, y pronto será muy animada. Es probable que la persona que te escucha no tarde mucho en contarte un par de historias acerca de él mismo, lo cual te hará sentirte aun más cómodo. Con tal que no ocultes nada, cada minuto que pase te irás sintiendo más aliviado. Las emociones que has tenido reprimidas durante tantos años salen a la luz y, una vez iluminadas, milagrosamente se desvanecen. Según van desapareciendo los dolores, los reemplaza una tranquilidad sanadora. Y cuando la humildad y la serenidad se combinan de esta manera, es probable que ocurra algo de gran significación. Muchos A.A., que una vez fueron agnósticos o ateos, nos dicen que en esta etapa del Quinto Paso sintieron por primera vez la presencia de Dios. E incluso aquellos que ya habían tenido fe, muchas veces logran tener un contacto consciente con Dios más profundo que nunca.


Esta sensación de unidad con Dios y con el hombre, este salir del aislamiento al compartir abierta y sinceramente la terrible carga de nuestro sentimiento de culpabilidad, nos lleva a un punto de reposo donde podemos prepararnos para dar los siguientes Pasos hacia una sobriedad completa y llena de significado.